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Hoy es el cumpleaños de:
Lilu
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-SoulHunter |
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Publicado: 07/Ago/2013, 13:06 |
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Registrado: 18/Dic/2011, 20:55 Ubicación: In the sky that night.
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Tienes una forma majestuosa e impecable de escribir, como siempre:3 Te diría mil cosas, pero después de lo que han dicho ya no quedan cumplidos suficientes(?) Simplemente que sigas así , ya que realmente vale la pena leerla:) Lo único que me falla es que son relatos largos y como no me pille un día como hoy que tengo un rato libre, nunca tengo el tiempo de leerla *llora*
Espero que continúes pronto!
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Renaissance |
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Publicado: 08/Ago/2013, 08:25 |
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Registrado: 20/Feb/2010, 16:57
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Le habría gustado tener unos zapatos en una noche como aquella, que más que de otoño parecía el corazón del invierno, pero no era así. Se dirigió de vuelta a su escondrijo y contempló impasible cuanto guardaba bajo aquella rota caja de buena madera. Si lo dejaba allí alguien terminaría por encontrarlo, y no acababa de darle sentido alguno a que otro fuese a tener derecho a usar lo que le habían dado a ella. Hacía mucho que se negaba el derecho a sí misma, pero… ya nadie allí iba a tener imagen alguna de la joven, ni conseguirían dañarla conociendo los retales de pasado que sabían entonces, como algodón de azúcar desprendido de un total demasiado inmenso, un total que les quitaba toda la importancia. Todos la olvidarían, y encontrarían placer real en hacerlo. Y eso, de una forma extraña, retorcida, inexplicable o incluso ligeramente cruel, le fascinaba. Tomó sin demasiados miramientos todas las monedas que encontró, se rodeó sin pensarlo dos veces con la capa de terciopelo negro de aquel noble que había pasado meses atrás por el pueblo y rebuscó algo útil entre lo demás. No había comida que no se hubiese puesto ya mala, pero apenas tenía hambre y solo sentía la necesidad de ingerir alimento en ocasiones muy contadas, aquellas en las que se dirigía al sudeste y salía del pueblo hasta los manzanares. No había tampoco ningún objeto de valor, ni algo con lo que cargar el resto de cosas. Se sentó, con el rostro frío y duro, mientras hacía fuerza tirando de su desvaído jersey de lana gris torciendo las facciones en una mueca desagradable hasta arrancar un pedazo. Envolvió todo el dinero que tenía en él y lo ató como pudo hasta asegurarse de que nada caería, poniéndose en marcha con el apaño bien acomodado en uno de los bolsillitos de la prenda que acababa de adjudicarse. Aquella tela era tan acogedora que no pudo evitar tirar de ella para envolverse mejor, poniendo mientras tanto los pies descalzos consecutivamente uno delante del otro en dirección al norte, paralela a la calle que cruzaba de punta a punta el pueblo y llevaba a las colinas que abrían las tierras del barón. A pesar de la inminencia del baile no quedaban habitantes del pueblo ya fuera de sus casas, y ni un alma salió al encuentro de la muchacha que recorría el desierto yermo y helador que resultaba el suelo de piedra bajo el tinte de turbias circunstancias con el que lo impregnaba de forma involuntaria. Pronto las mugrientas casas fueron reduciendo su número, y los caminos artificiales creados por los hombres centurias atrás pasaron a discurrir de forma casi imperceptible hasta ser apenas algunos cantos en medio del incipiente océano de pasto que se abría en el horizonte, curvándose con la sinuosa forma de las colinas. La hierba se sentía húmeda, sumida en el frío de la noche, pero era precisamente la baja temperatura lo que hacía sus pies insensibles imposibilitando cualquier tipo de dolor causado por los agentes externos. A pesar del gélido abrazo que ofrecía el aire a su alrededor no era más que otoño, y la salida del sol desentumecería sus extremidades hasta despertar las quejas de sus nervios. Le daba igual. No sabía lo avanzada que estaba ya la madrugada ni cuándo comenzaría el día, pero la sonrisa de luz de quien aguarda el amanecer no lucía para ella en oriente, así que siguió caminando. Estaba cansada, pero no lo suficiente para detenerse en medio de ninguna parte a dormir apenas acabando de tomar una decisión de vital importancia, una decisión crucial para su futuro como la que era poner rumbo lejos de aquel lugar. Contempló minuciosamente el cielo, negro como el carbón a excepción de la delgada curva lunar. Sería hermoso de no ser porque nadie sabía en absoluto apreciarlo, pero su belleza no dejaba atrás el manto de oscuridad que suponía, el rechazo que despertaba en los hombres y cómo se evitaban los caminos desde siempre si el astro solar no los iluminaba. La noche era tan preciosa como falta de comprensión se encontraba, y en eso se parecía de una forma, remota y extraña, a la figura envuelta en negro terciopelo que se adentraba por el camino real bajo su uniforme e impertérrita visión. El sendero era natural, pero lo que hacía que se viese con real nitidez en la noche era lo fresco de las ruedas de los carruajes, que habían dejado marcas nuevas unas sobre otras en dirección al castillo de los Gresc. Lo siguió lentamente, pues no había prisa alguna en su caminar, pero sin detenerse tampoco en admirar la belleza de cuanto la rodeaba, a pesar de ser muy consciente de que estaba allí, solitaria, fría, sumida en una oscuridad durante milenios evitada por todos. Anduvo durante un par de horas, hasta que un resquicio de sol surgió muy lejos con aparente timidez para iluminar su rostro de pálida porcelana. Pronto sería de día. Decidió cual autómata que había llegado el momento de tomar un descanso, y fue a apartarse de lo ancho del sendero cuando escuchó cómo un suave trote proveniente de las colinas comenzaba a llenar con su eco cada rincón, acercándose de forma inexorable bajo los primeros rayos de luz del alba. Aquello no era más que un gran prado apenas, dado que ni un solo árbol lo adornaba, y fue por eso que esconderse dejó de ser una opción al instante, al llegar a la evidente conclusión de que poco iba a encontrar a su alrededor propio de un bosque. Se hizo a un lado como bien planeaba, impasible ante lo desconocido. Y esperó.
Última edición por Renaissance el 08/Ago/2013, 09:17, editado 1 vez en total
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Renaissance |
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Publicado: 10/Ago/2013, 18:48 |
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Registrado: 20/Feb/2010, 16:57
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Dos caballos aún más impenetrablemente negros si cabe que el cielo nocturno cruzaron rectos frente a ella, resoplando ante lo marcado del ritmo mientras su pelaje azabache resplandecía levemente debido a lo impoluto de los cuidados que se veía habían recibido. Tiraban de un carruaje igualmente como tintado con carbón, cubierto además con cortinas, y nadie dirigía a los animales, que parecían tan nobles y sabios como siniestros. Sus ojos cargados de decisión ni se detuvieron en ella, si no que pasaron de largo como lo hizo el hermoso vehículo hasta desaparecer en dirección al pueblo. Se quedó observando su avance hasta que no pudo vislumbrar más en la noche, y después se acercó al borde de una de las primeras colinas y se acurrucó contra ella. Iba a pasar frío tan de madrugada, pero no le importó. Necesitaba dormir, y quizá fue por eso que, sin pensar en nada, se durmió.
Cuando abrió los ojos lo hizo sin demora alguna, sin desperezarse, apenas moviendo el resto de los músculos del rostro. Observó con fijeza cuanto había dejado atrás mientras se ponía en pie, apreciando en silencio lo alto que estaba ya el sol. El camino dejó de resultar imponente una vez se alzó en lo alto de la sinuosa curva de terreno, divisando el castillo del barón en el horizonte, imponente, más grande que nada frente a lo que hubiese estado jamás. No hizo grandes apreciaciones sobre este, ni para sí misma, pues el qué iba a hacer cuanto se aproximase era algo que ni había decidido ni le apetecía en absoluto hacer. Se echó todo el pelo hacia atrás, lamentándose levemente por lo sucio y despreciable que resultaba su aspecto, y retomó el paso con ganas mientras la luz de mediodía bañaba sus facciones, creando brillos suaves en el azul uniforme de sus iris conforme avanzaba. El resto del camino transcurrió sin incidentes, y lo dedicó a estudiar minuciosamente el edificio residencial de los Gresc en la lejanía, como quien valora lo hermoso de una obra de arte mediante la crítica; sin conmoción, sin capricho. Pura objetividad. Una objetividad que, de forma considerablemente acertada, la muchacha trataba de emplear en averiguar cómo encontrar un método humanamente posible para colarse allí. Llegó un punto, cuando las femeninas curvas del terreno comenzaron a allanarse una vez más, en el que consideró mucho más oportuno pararse a pensar antes que seguir rumbo norte, aumentando a cada momento el riesgo de que alguien del ya no tan lejano castillo se diese cuenta de quién se acercaba y, sobretodo, del repugnante aspecto que presentaba bajo el sol. La construcción contaba con cuatro alas, una en cada punto cardinal, e igualmente cuatro altas torres coronaban las zonas creando una simetría extraña. La piedra era de un gris tan claro que parecía blanco, y, aunque no se apreciara desde tan lejos, probablemente una vez tras los muros color marfil pudiese escalarse no muy dificultosamente hasta las ventanas de las dependencias. El problema… era atravesar los muros. Aun en la distancia, la muchacha podía apreciar cómo un pequeño séquito de al menos cuatro guardias y otros tantos vigilantes velaba por la normalidad en cada una de las entradas del castillo; un grupo de personas a las que era prácticamente imposible que burlase. Pero ella quería entrar allí. Sentía que, por algún motivo caprichoso y extraño, su lugar en aquel momento estaba dentro del castillo de los Gresc, y fue por eso que no se dio por vencida. Tardó varios y largos minutos en encontrar una alternativa, pero cuando un nuevo y muy suave repiqueteo proveniente del trotar de unos caballos comenzó a resonar dentro y fuera de su cabeza la idea simplemente se encendió en su mente como si una bombilla metafórica hubiese cobrado la vida que nunca tuvo. Permaneció atenta y en silencio, sin moverse, contemplando cómo el carruaje negro que había visto regresaba en dirección al castillo con un paso mucho más tranquilo. Seguía impenetrablemente cerrado, con las ventanas veladas, sin nadie llevando a los equinos. Casi gritaba que la muchacha actuase, como pidiéndolo a cada metro por el que continuaba con su discurrir uniforme. Y ella lo hizo. Se aproximó al camino esperando a que el vehículo pasase frente a ella, sabiendo que nadie dentro o fuera de él podía darse cuenta de lo que estaba a punto de hacer, y de un ágil salto se coló en la parte trasera. Sintió un leve mareo cuando el traqueteo substituyó a la calma inmóvil que le proporcionaba el suelo teñido de aquel verde tan natural, pero se sobrepuso cerrando los ojos y echó un rápido vistazo alrededor. Estaba desierto. No había nada, sencillamente. Ningún rincón donde esconderse ni nada bajo lo que ocultarse. No llevaban provisiones, armas, regalos para el barón, ropa… Realmente no llevaban nada. Parecía imposible. Se preguntó en silencio por las intenciones de aquel carruaje y por quién se escondía en él, pero apenas tenía tiempo para pensar. En cuestión de minutos cruzarían las murallas del castillo y se les requeriría de una identificación que, tristemente, no la incluía, así que su problema más importante era sin duda desaparecer para todo el mundo menos para sí misma. Rechinó los dientes, molesta por el duro giro de los acontecimientos, y se rodeó al completo con la capa que llevaba encima tratando de camuflarse en un rincón con aquel mismo negro de la madera. No veía nada, pero escuchaba con exasperante cuidado cuanto alcanzaba su sentido auditivo. Poco a poco, el carro de ébano comenzó a detenerse hasta quedarse inmóvil. Uno de los caballos que tiraban de él relinchó, y la actividad que se ocultaba tras los altos muros de piedra se hizo evidente por el leve ruido de pasos y conversaciones, ajenos a cuanto sucedía en el resto de rincones del castillo.
—Me alegra vuestro regreso –afirmó una voz masculina, ronca y grave hasta el extremo, probablemente de uno de los guardias, mientras daba vía libre al carruaje para adentrarse en los dominios del barón–, espero que no haya habido incidencias.
Los animales volvieron a ponerse en marcha, a través de la calle que rodeaba con forma de cuadrado el total de la edificación, repleta de puestos, pequeñas viviendas y sobretodo de gente. De gente que no se parecía a nadie que ella hubiese conocido de verdad nunca. Aquel lugar estaba lleno de cosas que todavía no sabía, que ansiaba descubrir y que estaba segura podía asimilar. Se asomó tímidamente afuera, para echar una visual al sitio en el que se encontraba y decidir cuándo podría bajarse, pero uno de los guardias de la entrada miraba el lado trasero del vehículo entonces y pareció verla. Se sobresaltó y volvió a cubrirse, fundida en el negro impasible de su camuflaje. Se obligó a sí misma a tornar su expresión calmada y silenciosa mientras se esforzaba también en medir el alternado ondeo de su pecho, delator de que estaba viva y, en aquel momento, problemático. Trató así de no denotar la menor señal de existencia durante varios y largos segundos, sabiendo que demasiadas cosas dependían de su inmutabilidad. Tras pestañear varias veces, el hombre de la armadura que se había percatado de su presencia volvió a su puesto, preso de una honda confusión. Sus compañeros se dieron cuenta de lo extraño de su actitud, pero no hubo nada que supiese explicar acerca de lo sucedido. Y, aun con lo abstracto de un miedo que no lo era en sangre, supo que había conseguido entrar en el castillo de los Gresc sin ser vista. La parte más orgullosa de su corazón de hielo recibió la noticia con una explosión de vibrante y muda euforia.
Última edición por Renaissance el 11/Ago/2013, 05:57, editado 1 vez en total
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-SoulHunter |
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Publicado: 10/Ago/2013, 19:17 |
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Registrado: 18/Dic/2011, 20:55 Ubicación: In the sky that night.
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Bueno, pido mis disculpas por no comentar tu anterior capitulo asdfhjkl descuido mio :c Le doy a marcar todo como leído y luego se me pasan cosas xD! Pero bueno, ahora estoy aquí~ Bueno, lo primero de todo, recalcar lo de siempre: escribes como pura poesía. Todo muy bien narrado, muy gráfico, de manera que mientras lees puedes percibir perfectamente la situación en la que se encuentra nuestra protagonista. Pero sin embargo, esta vez si que quiero resaltar un punto que... Bueno, no diría "negativo", pero si mejorable. La historia no engancha demasiado. Es decir, sí, es cierto, cuando escribes es como magia en estado puro, pero falta un punto que den ganas de leer, que cause adicción. De los dos últimos, en el más reciente no tanto, pero sobretodo en el el penúltimo, casi se podría decir que el relato carece de acción. Esto no es malo, obviamente, porque está narrado perfectamente, pero el hecho de que la historia pase tan lenta y no pase nada 'especial', hace que la lectura se haga un poco pesada, ya que si nos paramos a pensar básicamente sólo coge eso del suelo y atraviesa el pueblo/poblado. Como ya he dicho, no es algo negativo, pero estaría bien si pasara algo más. Otra cosa que fomenta lo anterior a parte de la falta de un poco más de acción es la repetición. Es decir, no es explicitamente una repetición, pero hay varias cosas ya comentadas que resaltas varias veces, como la negrura del carruaje. No es malo, pero que se repitan varias veces características que ya se saben puede agobiar un poco. Y bueno, a parte de esto diría que nada más (?) No digo que cambies tu forma de escribir ni mucho menos, pero intenta tenerlo en cuenta, ya que como lectora, mientras leo tu relato (que me está encantando, por cierto ) en ocasiones siento eso. Espero impaciente el próximo capítulo!
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Renaissance |
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Publicado: 10/Ago/2013, 19:29 |
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Registrado: 20/Feb/2010, 16:57
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-SoulHunter escribió: Bueno, pido mis disculpas por no comentar tu anterior capitulo asdfhjkl descuido mio :c Le doy a marcar todo como leído y luego se me pasan cosas xD! Pero bueno, ahora estoy aquí~ Bueno, lo primero de todo, recalcar lo de siempre: escribes como pura poesía. Todo muy bien narrado, muy gráfico, de manera que mientras lees puedes percibir perfectamente la situación en la que se encuentra nuestra protagonista. Pero sin embargo, esta vez si que quiero resaltar un punto que... Bueno, no diría "negativo", pero si mejorable. La historia no engancha demasiado. Es decir, sí, es cierto, cuando escribes es como magia en estado puro, pero falta un punto que den ganas de leer, que cause adicción. De los dos últimos, en el más reciente no tanto, pero sobretodo en el el penúltimo, casi se podría decir que el relato carece de acción. Esto no es malo, obviamente, porque está narrado perfectamente, pero el hecho de que la historia pase tan lenta y no pase nada 'especial', hace que la lectura se haga un poco pesada, ya que si nos paramos a pensar básicamente sólo coge eso del suelo y atraviesa el pueblo/poblado. Como ya he dicho, no es algo negativo, pero estaría bien si pasara algo más. Otra cosa que fomenta lo anterior a parte de la falta de un poco más de acción es la repetición. Es decir, no es explicitamente una repetición, pero hay varias cosas ya comentadas que resaltas varias veces, como la negrura del carruaje. No es malo, pero que se repitan varias veces características que ya se saben puede agobiar un poco. Y bueno, a parte de esto diría que nada más (?) No digo que cambies tu forma de escribir ni mucho menos, pero intenta tenerlo en cuenta, ya que como lectora, mientras leo tu relato (que me está encantando, por cierto ) en ocasiones siento eso. Espero impaciente el próximo capítulo! Yo también. O sea, te aplaudo. Cuando escribo no dejo de autocriticarme y tardo aproximadamente un par de horas en considerar lo que acabo de escribir desastroso. El caso es que antes de comenzar a reescribir esta historia, releí la versión vieja y pensé: "todo empieza demasiado rápido". Y me pareció que eso quitaba mucha calidad porque prácticamente no había marco narrativo. Y ahora me estoy desbalanceando e inclinándome hacia el extremo en el que tarda demasiado en empezar a transcurrir la acción.
Gracias. Lo corregiré. De hecho, como habrás podido comprobar, ahora empieza la fiesta (?.
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Renaissance |
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Publicado: 11/Ago/2013, 07:42 |
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Registrado: 20/Feb/2010, 16:57
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No tardó en retirar la capa de encima de su cuerpo y bajarse del carruaje en cuanto este giró, rumbo norte desde el suroeste del castillo. Algunas personas por allí cerca se detuvieron a observarla, desconcertadas, pero una mirada fría bastó para hacer que todos callasen lo que fuera que fuese a ocurrírseles decir. Se retiró de la zona donde discurría la multitud para no atraer demasiados cuchicheos, y vio que estaba junto a una pequeña tienda de lona con un expositor fuera lleno de accesorios femeninos. No vio a nadie ocupándose de él, así que alargó discretamente la mano desde atrás y cogió lo que parecía un elegante broche para el pelo en tonos plateados. Carecía de moral alguna con la que tuviese que justificarse, así que se recogió el desastre que era su pelo con él y echó una elocuente mirada a la calle, tratando de calcular, en caso de que continuase caminando por allí, cuánto tardarían más o menos en darse cuenta de lo poco que encajaba. —¿Qué haces, niña? –preguntó una voz curiosa a su derecha, un par de puestos más allá. La muchacha giró lenta y desinteresadamente la cabeza hacia allí, como quien escucha un zumbido que no se aleja y trata de discernir cuál es su origen. Un anciano de rostro arrugado y expresión serena mantenía sus ojos fijos en ella esperando una respuesta. No parecía amable, ni enfadado tampoco, solo serio. —¿Qué sería correcto que estuviese haciendo? –respondió ella despacio. Su voz le sonaba áspera, como si sus cuerdas vocales hubiesen cogido polvo y apenas consiguiesen librarse de él al vibrar, todo por la ausencia de sonido en la que se habían acostumbrado a morar, silenciosas aun rodeadas de los más mundanos ruidos. —Depende –meditó el hombre, pensativo–. De quién seas, de qué hagas aquí, de si yo debería o no saber que en efecto estás a dos metros de mi puesto. Podría perfectamente haber decidido colocar mis cosas donde estás ahora mismo. Parecía una persona razonable, pero a la vez de una fragilidad que escondía con la severidad y el temple de los años. Sabía que podría romperle con lo agudo de las palabras y lo cruel de detrás de sus pupilas. Pero no ganaría nada con ello. —Saber es poder. La respuesta fue seca y clara, y a la vez contenedora de demasiado significado. El viejo sonrió como asentimiento. Parecía ir a invitarla a acercarse, pero, tras un segundo de duda, desistió de la incentiva de su mente y se quedó varios y largos minutos callado. Y, durante ese tiempo, ambos supieron lo que el otro había comprendido y lo que significaban aquellas palabras. Entendieron así cómo, de una forma u otra, las respuestas a cuanto el hombre había planteado no iban a llegar para él, y era por eso que no había poder sobre la joven que fuese a tener derecho a emplear más que el saber de su existencia. Algo que ella consideraba demasiado, pero a la vez tan poco que ni evitarse podía. —Creo que, si me permites la apreciación –dijo por fin él, con cautela–, necesitas de una serie de cosas para moverte por aquí sin que cualquier hijo de noble sienta deseos de dejarte calva. Ella lo miró, impasible, mientras la sonrisa del anciano se ensanchaba. Sabía de lo asqueroso de su aspecto y también de lo sucia que estaba. No era algo que se limitase al cabello, tristemente. —Puede. El hombre observaba cada minúsculo movimiento de su cara en tensión, como pensando demasiadas cosas a la vez para transmitir ninguna. Ella, sin embargo, no dejó entrever ninguna emoción. Si es que sentía en absoluto. —Ven –añadió finalmente, permitiendo que su voz dejase claro por él que no iba a haber más palabrería. Se levantó, enrollando con cuidado una especie de tela gruesa frente a su cuerpo, para adentrarse justo después en una pequeña tienda de lona a su espalda sin mirarla una segunda vez. La muchacha estuvo a punto de hacer caso omiso de sus palabras y simplemente marcharse en busca de su perdido silencio, pero por alguna razón no sucedió así. Sabía que no revelaba nada capaz de herirla levantándose para seguirle, pero tampoco tenía nada con lo que defenderse de cualquier posible peligro, físico y real, además de su personalidad e influencia naturales. Era por eso que, en el fondo, supo que apartar con cuidado la tela de la entrada de la reducida residencia suponía tomar también un riesgo. Y aunque no se pueda decir que con gusto y guardar fidelidad a lo que ocurrió, lo hizo. La estancia era demasiado pequeña para considerarse un hogar, y no tenía cama. Ató cabos rápidamente y supuso que solo era un lugar provisional en el que contar con cuanto necesitaba para vender lo que quisiera que estuviese vendiendo allí fuera el hombre. No fue una incógnita que tardase en despejar. El anciano dejó con minucioso cuidado aquel amasijo en el que llevaba recogidos sus productos sobre una mesa de mala madera, extendiéndolo como había hecho afuera. Armas blancas. Más de las que había visto jamás juntas, y algunas más bonitas que ninguna que hubiese podido contemplar antes. Un corte con cualquiera de ellas en donde debía hacerse acabaría con la vida del más fornido de todos los hombres. Eran además hermosas, aunque su atractivo estaba, para ella, en lo letal de su filo, lo preciso de su uso y… también encontraba atractivo en dormir con una bajo la almohada. Más que en ninguna otra cosa, realmente. Las observó un momento, impasible, y después volvió a dirigirse al anciano, que la contempló de nuevo de arriba abajo aprovechando que estaba de pie. No le importó. No tenía nada por fuera que esconder, nada interesante de verdad al lado de sus secretos, sus debilidades o las intrigas de un pasado que ella misma buscaba también esclarecer. Esas cosas sí eran incógnitas reales, y no cuántos días llevaba sin asearse. Que eran muchos. El viejo pareció cansarse de la inspección, porque se dio la vuelta ignorándola completamente y se retiró hasta el fondo de la tienda. Mientras regresaba, la joven apreció cada uno de los detalles en los cuchillos que había dejado sobre la mesa, contemplando las inscripciones de algunos, la elaborada mella que recorría otros, lo brillante de las hojas y lo ligeras a la vez que hipnóticas que resultaban las empuñaduras. No eran grandes armas, no eran espadas con las que atravesar el corazón de un hombre como una estaca condena a un vampiro. Eran el utensilio perfecto para quien se mueve en la noche y el silencio, quien no tiene un arma a ojos del mundo y es a la vez más letal que un guerrero de las lejanas tierras del norte, un arma para quien se piensa quién merece la muerte antes de sellar su decisión. Un arma para quien llega, se lleva el último suspiro de su víctima y se marcha en el sigilo que lo trajo. Un arma para alguien como ella.
Última edición por Renaissance el 11/Ago/2013, 11:39, editado 1 vez en total
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