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Historia no titulada de lo que fue de una canción onírica.

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Responder al tema Página 3 de 11 [ 104 mensajes ]
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Autor Mensaje
NotaPublicado: 11/Ago/2013, 11:02 
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The Boy who Shattered Time
Vecino Honorífico
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Registrado: 30/Mar/2010, 17:58
Ubicación: Land of Chocolate and Breeze
Que personaje has creado por dió, quien querría dormir con un arma bajo la almohada? :c (Además, que no tiene almohada).
Quiero ver sangre ya hdshlkaghjkd :D Está muy bien escrita, de verdá me impresiona xD
Saber es poder. M'ha'namorao (?
Sigue la historia plz.

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Gracias Renaissance <3
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NotaPublicado: 11/Ago/2013, 11:35 
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Mafiosa enamorada
Vecino Honorífico
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Registrado: 27/Mar/2013, 22:27
Ubicación: Pontevedra
Pues después de una hora y veinticuatro minutos leyendo lo que llevas de tu impresionante relato, procedo a comentarte.

Podría pasarme horas diciéndote que lo que escribes es precioso y que raya en la poesía, pero eso ya te lo dice todo el mundo y no quiero ser redundante, por mucho que lo piense.

Como ya te han hablado de la mayoría de cosas que quería decirte, como es la lentitud de la acción real, eso lo voy a obviar, pero yo opino lo mismo.

Voy a analizar al personaje principal. Todos los lectores adoramos a este personaje, pero en realidad, está avanzando muy poco a medida que avanza la historia. Sabemos que es una vagabunda, sabemos que es fría y una asesina, pero en realidad, no sé realmente cuales son sus intenciones y sus objetivos, que después de leer tanto tiempo, no saber mucho sobre esto, me frustra un poco. Además, de que tengo ansias de saber que fue de su pasado, es decir qué la llevó a ser así, una asesina despiadada y sin sentimientos. Si bien en el prólogo la presentas como una leyenda y el después al saber que a penas come y algunos detalles más, da la sensación de que dista bastante de ser una humana.

Y bueno, he encontrado alguna redundancia en el texto, sobre todo al principio.

No obstante, no sé si es un fallo real, pero creo que te pasas mucho tiempo describiendo (y esto lo haces muy bien) en vez de yendo al meollo de la cuestión. No debes dejar de hacerlo, pero ir alternando las dos cosas para darle algo de ligereza al relato y que nos enganche, totalmente. Porque si te soy sincera, me gusta tu forma de escribir y eso es por lo que leo, pero no exactamente por la historia en cuestión.

Respecto a la trama, para mí el detonante de la acción es la obtención de esa daga, será porque te has parado mucho en ella, pero me da que va a ser bien usada en esta historia.

Y bueno, creo que no tengo mucho más que decir, aunque quizás se me ocurran más cosas, pero ya te lo iré diciendo.

Me gusta como escribes, sigue así. :love:

Un saludo y nos leemos. :music:


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NotaPublicado: 11/Ago/2013, 13:06 
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El humorístico y vago del pueblo.
Vecino Honorífico
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Registrado: 02/Ago/2010, 15:04
Ubicación: Esperándote en la cama.
Ayer no estuve con ganas de comentar ya que para cuando vi tu actu era bastante tarde xD
No voy a seguir siendo pesado con lo de que escribes genial, porque ya veo que no bajas el listón.
No puedo esperar a que llegue la acción, ya nos has puesto a corriente con al situación que tenemos, has puesto algo de conversación lo cual me parece bien para darnos un poco de respiro con tanto detallismo y ahora que has hablado de armas se me hace inevitable pensar que habrá alguna pelea.
Así pues me despido con ansias de ver el próximo capítulo :D

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NotaPublicado: 12/Ago/2013, 01:47 
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Vecino Honorífico
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Registrado: 20/Feb/2010, 16:57
Ichiinou escribió:
Pues después de una hora y veinticuatro minutos leyendo lo que llevas de tu impresionante relato, procedo a comentarte.

Podría pasarme horas diciéndote que lo que escribes es precioso y que raya en la poesía, pero eso ya te lo dice todo el mundo y no quiero ser redundante, por mucho que lo piense.

Como ya te han hablado de la mayoría de cosas que quería decirte, como es la lentitud de la acción real, eso lo voy a obviar, pero yo opino lo mismo.

Voy a analizar al personaje principal. Todos los lectores adoramos a este personaje, pero en realidad, está avanzando muy poco a medida que avanza la historia. Sabemos que es una vagabunda, sabemos que es fría y una asesina, pero en realidad, no sé realmente cuales son sus intenciones y sus objetivos, que después de leer tanto tiempo, no saber mucho sobre esto, me frustra un poco. Además, de que tengo ansias de saber que fue de su pasado, es decir qué la llevó a ser así, una asesina despiadada y sin sentimientos. Si bien en el prólogo la presentas como una leyenda y el después al saber que a penas come y algunos detalles más, da la sensación de que dista bastante de ser una humana.

Y bueno, he encontrado alguna redundancia en el texto, sobre todo al principio.

No obstante, no sé si es un fallo real, pero creo que te pasas mucho tiempo describiendo (y esto lo haces muy bien) en vez de yendo al meollo de la cuestión. No debes dejar de hacerlo, pero ir alternando las dos cosas para darle algo de ligereza al relato y que nos enganche, totalmente. Porque si te soy sincera, me gusta tu forma de escribir y eso es por lo que leo, pero no exactamente por la historia en cuestión.

Respecto a la trama, para mí el detonante de la acción es la obtención de esa daga, será porque te has parado mucho en ella, pero me da que va a ser bien usada en esta historia.

Y bueno, creo que no tengo mucho más que decir, aunque quizás se me ocurran más cosas, pero ya te lo iré diciendo.

Me gusta como escribes, sigue así. :love:

Un saludo y nos leemos. :music:


Me atrae frustrarte. Esa frustración e indecisión crecientes son los que van a hacer de descubrir cosas algo realmente emocionante.
Y, como va a empezar la acción en breves, tampoco creo ir a aburrir a quien me lea mientras. Es que yo veo la historia como un gran libro, como mencionó Adriguel, porque es lo que me gustaría tener la oportunidad de sacar de ella, y es por eso que transcurre con lentitud. Si copias realmente las actualizaciones una tras otra no estamos hablando de tanta cosa.
¡Nos leemos y muchísimas gracias, a ti y a todos!


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NotaPublicado: 13/Ago/2013, 09:44 
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Vecino Honorífico
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Registrado: 20/Feb/2010, 16:57
—Vaya –afirmó el anciano con seca curiosidad al regresar–, qué interesante…
—Qué debo hacer.
Las palabras de la muchacha sonaron cortantes y heladas, como el vuelo de uno de los filos allí expuestos a través del viciado aire de la ciudad lo sería. El hombre se sintió intimidado, pero reprimió el estremecimiento que nació donde lo hacía su espalda y se serenó, dándose cuenta prácticamente a la vez que no entendía a qué se refería su invitada.
—Cuánto –añadió ella sin variar el tono, señalando como un autómata las armas que tenía junto a ella.
El hombre suavizó la expresión y sonrió, haciendo que cientos de arruguitas adornasen su rostro en consecuencia con un reflejo plagado de comprensión y cansancio a partes iguales.
—Ten –respondió segundos después, ignorando deliberadamente a la joven y su claro planteamiento para ofrecerle un gran cubo lleno de agua que se veía ya le costaba cargar–. Está fría, pero creo que es más de lo que pedirías nunca. Puedes lavarte allí atrás, intenta no mojarlo todo, no rompas nada y date prisa. Yo me vuelvo afuera; no me conviene perder más clientes.
La miró a los ojos con detenimiento. No le convenía haber perdido compradores potenciales durante aquel rato tampoco, pero siendo como era la muchacha, demasiado peculiar para que cualquiera lo obviase, había sido casi inevitable que se interesase por ella.
—Cuando termines y salgas tú también podemos hablar de negocios –añadió antes de apartar la lona de la entrada para volver al exterior, recogiendo su mercancía justo antes–, aunque me sorprendería que pudieses pagarme un alfiler.
Le guiñó un ojo, indicando que su intención no era ofensiva, y después la dejó sola con sus pensamientos. Ella por su parte no mostró perturbación alguna en las facciones, ni dejó que el muro de hielo que eran sus iris se alterase lo más mínimo. Fue sencillo más por hábito que por lo sentido de su impasibilidad.
Cuando el hombre se hubo marchado, echó un rápido vistazo a la tina con agua, comprobando con una mano que estaba fría. Frunció los labios en una fina línea mientras cogía con sus propias manos el cubo, con voluntad llevárselo de vuelta a donde unas gotas no fuesen a causar un estropicio, que era, probablemente, en algún lugar más hacia el fondo por donde él había tratado de indicarle con atención, mostrando lo amable y cortés de sus intenciones.
Intenciones que la joven no comprendía.
No encontró ningún tipo de utensilio para su higiene por allí, por lo que se limitó a desvestirse rápidamente y a frotar con dedicado mimo cada rinconcito de su cuerpo, manos mojadas, mientras vertía parte del contenido del cubo sobre sí misma a cada rato. Cuando observó desde la mudez que ya casi se había terminado el agua que tenía el recipiente, empleó el último tercio del relleno de este en dejar que el líquido empapase su pelo, y tiró de él mientras lo apretaba en un intento de frotar también su cabello como había hecho con la piel.
A cada segundo que se limpiaba, regueros de extraña dejadez recorrían sus piernas, mojando el suelo bajo ella. Lo que goteó de su pelo, movido por la acción del agua, acabó con la ausencia de color en esta de forma devastadora, dejándola de un marrón grisáceo que apenas fue apreciable mientras caía al suelo.
Una vez allí, dejaba de parecer agua.
Recibió el cambio en su aspecto con fría impasibilidad, observando a su vez con minucioso detalle cuanto alcanzaba a ver de su cuerpo. La superficie de este había dejado de ser de un gris pálido para dejar paso a un tono más blanco. No era el blanco de impecabilidad noble, pero tampoco portaba la suciedad de una mendiga. Era lo bastante blanco para que se entreviese cuán pálida era su piel, y a la vez lo bastante suave para no parecer haber estado recluida. Aun en la limpieza el recién adquirido tono de su piel era, aparte de más cercano al suyo natural, una fuente nueva de sencilla discreción.
Cogió uno de sus largos mechones con delicadeza, colocándolo frente a sus ojos sin gran dificultad para estudiar su aspecto. Si bien mojado, se adivinaban sin dificultad reflejos cobrizos en este. Se había librado de aquel negro de pesadilla, nacido del polvo y lo nauseabundo y la soledad y la despreocupación y sobretodo de la monotonía. Un negro de todo menos natural.
Le gustaría poder decir lo mismo del tinte de alas de cuervo que ensombrecía el bombeo de su corazón. Pero, a pesar de que no tardaría en ser el mayor deseo de muchos, era algo que no podía ni, quizá precisamente por su existencia, quería hacer.
Se movió como una sombra, mirando con desprecio el raído jersey que había llevado hasta entonces, y se envolvió discretamente en la capa mientras echaba a andar hacia la entrada de la tienda para así asomarse afuera.
—Eh –musitó dirigiéndose al anciano, molesta de forma imperceptible por tener que, de mala gana, buscar su atención de aquella forma–. Necesito algo que ponerme. Algo que ponerme aquí.
Hizo un gesto con la mano mientras especificaba, dando a entender que en el castillo no servía cualquier cosa. El hombre entrecerró los ojos estudiando su reacción. La respuesta fue casi inmediata, y eso hizo que, aunque de forma leve, relajase la musculatura y se dedicase a deshilvanar con gran cuidado las intenciones en cada uno de los vocablos proferidos por el viejo.
—Enfrente –dijo él–, si puedes pagar una seda que no vale lo que te pedirán por ella. Más al norte, hasta casi haber rodeado toda la zona oeste del castillo, si puedes permitirte recorrerla. Probablemente ninguna de las dos cosas sea viable para ti.
La muchacha sopesó sus palabras. Odiaba que el viejo atase cabos a una velocidad casi comparable a la suya, obteniendo así conclusiones sobre su existencia, o, lo que era peor, sobre sus circunstancias. Sin embargo, como ya era habitual se abstuvo de filtrarlo a través de la máscara de impenetrable hielo que velaba sus facciones y pensamientos.
—Cuánto –repitió con calculada sequedad, buscando en uno de los bolsillos de la capa que la envolvía aquel arreglo de lana en el que había guardado de cuanto disponía mientras permanecía todavía en el pueblo–. ¿Basta esto?
Le mostró las monedas de cobre y plata que había conseguido guardar con el paso de los años, escondida sin esconderse en aquel callejón, sola en compañía de sí misma. El hombre pareció sopesar aquel nuevo dato a la vez que la cantidad dinero de la cual se trataría más o menos. A ella le producía ligera irritación saberlo, pero a la vez no conseguía esfumar sus alertas hasta no pensarlo.
Era demasiado obvio y simple, analizable a primera impresión, sencillo en personalidad y preocupaciones, movido por los intereses de todos y a la vez capaz de creerse alguien en ausencia de más que de moral y conciencia. Un claro ejemplo de lo mundano de los hombres, y a la vez portador de algo que a ella le interesaba de forma repentina más que a ninguno de ellos. Los labios de la muchacha se torcieron en una línea fina y severa.
No tenía todo el día.


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NotaPublicado: 13/Ago/2013, 12:29 
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El humorístico y vago del pueblo.
Vecino Honorífico
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Registrado: 02/Ago/2010, 15:04
Ubicación: Esperándote en la cama.
Esto es poesía en prosa. Me faltan palabras con qué elogiarte xD. Si tuviera que dar un céntimo por cada halago que te hago me quedaría sin dinero más rápido que en el casino.

A ver si hay ocasión de saber cómo serán otras habitaciones del castillo, así como que es lo que hay en ellas.

Creo que me podría meter algo más en la historia con algo de acción ya que me estoy quedando sin qué comentarte xD

Sigue así~

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NotaPublicado: 13/Ago/2013, 12:59 
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Eternal Sechzehn♥
Vecino Honorífico
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Registrado: 18/Dic/2011, 20:55
Ubicación: In the sky that night.
Ohhhhhhhhh me encanta*-* Me gusta mucho el rumbo que empieza a tomar la historia~
Pura poesía, como siempre~
El único punto que encuentro es que a veces en las palabras del hombre mayor falta un poco de naturalidad, pero nada grave xD
Espero impaciente la próxima lectura:3

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Gracias Ruby *-*

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NotaPublicado: 15/Ago/2013, 12:30 
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Vecino Honorífico
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Registrado: 20/Feb/2010, 16:57
Cuando salió de la tienda parecía una persona completamente diferente, y era en parte consciente de ello. La limpieza suavizaba lo duro de sus facciones en la medida de lo humanamente posible, que ciertamente no era gran cosa, a la vez que el vestido blanco y discreto que acababa de ponerse iluminaba su figura de una forma extraña, pareja al camuflaje que buscaba al no resultar más que una noble a ojos ajenos. El anciano le echó un rápido vistazo, deteniéndose en los reflejos cobrizos que ahora cubrían su pelo y apreciando en cuidado detalle hasta qué punto debía haber estado sucia la muchacha. Cuando se movía bajo el sol su cabello se tornaba a la vista como un fugaz revuelo de chispas, pero de algún modo inexplicable el hecho de tener colores tan peculiares en la cabeza no la hacía llamar la atención, si no que parecía favorecer su capacidad natural para pasar desapercibida.
Capacidad que, aunque efectiva e innegable, no podía compararse al sigilo letal que era su presencia en la noche.
—Si yo quisiese pasar inadvertido aquí –puntualizó el hombre sin siquiera mirarla–, una de las últimas cosas que haría si fuera una dama sería… pasearme por la ciudad con una capa como la tuya.
Se giró y clavó sus ojos en los de la joven, aunque no pudo soportar el frío natural de su mirada más de un par de segundos. Ella ladeó la cabeza de forma casi imperceptible, contemplando la prenda a la que él había hecho mención en silencio y que llevaba aferrada en el puño, sabiendo que, aun sin conocer sus intenciones, el hombre no se equivocaba. Era claramente de hombre, llamaba la atención de forma horrible y quien conociese la procedencia del noble que se la había dado semanas atrás seguramente la relacionaría con su casa.
—No voy a dártela –masculló mientras su mirada se paseaba por la zona a sus pies. Parecía estar pensando tantas cosas a tal velocidad que su presencia en sí era pesada e intimidaría a una mosca, pero si alguien la hubiese retratado no habría resultado en más que una niña indefensa y confusa. Algo que, en una lista de cosas que parecer, habría sido probablemente lo último con lo que ella se habría relacionado–. Es mía.
El anciano la observó detenidamente, ignorando lo helado de su voz de forma deliberada para analizar lo que esta quería decirle.
—No quiero que me la des –respondió con una leve risa, que quedó muy teñida de falsedad debido al tiempo que tardó en reaccionar a lo que la muchacha había afirmado–, no necesito eso para no pasar frío por las noches. Ten –le tendió algunas monedas, lo que seguramente le habría sobrado tras ir a comprarle el vestido que ahora llevaba puesto–, es tuyo.
Ella las cogió con un rápido movimiento y las apretó en la palma de la mano que tenía libre contándolas con el tacto sin inmutarse.
—Quiero eso –señaló la muchacha en absoluta calma, ladeando la cabeza hacia el puesto donde el hombre tenía minuciosamente colocadas sus dagas y puñales.
—¿Todas? –inquirió él ironizando su petición con una sonrisa–. No podrías pagar un cuchillo de cocina, y no voy a venderte algo que no tienes medios para comprar –explicó con claridad–. No hago préstamos.
Ella lo atravesó con la mirada. Se esperaba la respuesta, pero notó la rabia latir en cada poro de su piel de todas formas.
—No es mi intención quedar en deuda contigo.
La muchacha dobló con cuidado la capa de noble terciopelo y colocó sus pocas monedas encima antes de tenderle el amasijo al anciano con aire impasible.
—¿Es por el baño? –preguntó él sin abandonar el sarcasmo un instante, como mofándose de ella. Parecía haber pasado a considerarla inofensiva. A la joven no le gustaba–. Vaya, eres muy considerada.
Cogió el pequeño montón con cuidado y lo sostuvo un momento mientras las miradas de ambos se cruzaban, el pálido y profundo azul de ella con el gris desvaído y frágil de él. El aire se tensó de una forma extraña, como si ambos pudiesen comprender más de lo físicamente factible del otro, y por un momento casi pudo sentirse el chapoteo de quien bucea en lo abstracto de los secretos.
Fue entonces que el oxígeno se hizo burbujas.

Una muchacha de blanco avanzaba, en silencio y sola, por el ala oeste del castillo. No se le permitía la entrada a este a nadie no invitado al baile de máscaras aquellos días, y aunque ella no sabía de los controles era su voluntad no adentrarse todavía en el corazón de la pequeña ciudadela. Llevaba dos cuchillas, afiladas y letales, aferradas por la empuñadura y firmemente colocadas sobre su regazo al caminar. Una tenía la empuñadura blanca como la nieve de las tierras bárbaras del norte, al final de la civilización, y la otra negra cual árbol en las tierras élficas de la casa de la noche. Ambas eran suyas, y, a pesar de lo exorbitante del precio que cualquiera habría pedido por ellas, no las había robado. Eran más para ella de lo que serían para un noble con un capricho, y no se sentía culpable por llevarlas. Algunos la miraban. Ninguno la veía, precisamente porque no quería que la viesen, y aquella naturaleza extraña a la vez que poderosa había nacido con ella y la hacía invisible a los incapaces de contemplar, a aquellos que no eran más que relleno en una sociedad en la que nadie caía ya en cuáles eran las preocupaciones necesitadas de una concesión de muda importancia. Nadie era capaz de fijarse en los detalles, y eran precisamente los detalles lo que la escondían a voluntad, haciendo su ímpetu intenso y evitando que tuviese que permanecer sumisa ante nadie. Era más libre que ninguno de ellos, más inteligente, sabía más que todos. Y solo sabía con certeza lo que el silencio le había susurrado, pero era una certeza demasiado ciega, lo suficientemente inconsciente como para poder reafirmarse como más cierta que ninguna conocida por aquellas personas, cortadas todas ellas por lo inalterable de patrones fijos.
Recordó la voz del silencio y cómo le había susurrado que fuese a aquel lugar. Era una voz extraña, como un murmullo que no existe pero puedes escuchar, como las luces que pintan tus ojos cuando los oprimes, siendo ese el momento de más oscuridad imaginable. Era una voz nutrida de lo abstracto y a la vez conocedora de todo lo que alguna vez había tenido sentido.
Y era por ella que ahora aprendería de la sabiduría o ignorancia de los hombres hasta conocer la verdad acerca de todas las cosas, la verdad sobre sí misma.
Eso… o caer en su círculo de inducida ineptitud.

Cada vez que alguien se acercaba al puesto del anciano este sonreía con amplitud, feliz al poder encontrar una distracción con la que nublar la mente de aquella semilla de pánico que sentía crecer en su conciencia. A veces los brazos le temblaban levemente, pero parecía haber adquirido una fortaleza en el carácter que ni él mismo se explicaba, coordinando cada uno de sus pequeños movimientos para hacerlos seguros y certeros frente a quienes se detenían a admirar aquellos artículos que exponía. Sus frágiles ojos grises parecían de débil cristal, permanentemente húmedos, y quien mirase con detenimiento podría ver en ellos el reflejo de otros no tan débiles, como un destello fugaz en un azul mortecino. Un azul en el que había visto el final.
Un azul capaz de traerle la muerte.


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NotaPublicado: 15/Ago/2013, 13:43 
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El humorístico y vago del pueblo.
Vecino Honorífico
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Registrado: 02/Ago/2010, 15:04
Ubicación: Esperándote en la cama.
Me encanta esta forma de relatar tan única que tienes. Cuanto más leo, más me doy cuenta de que intentas describir lo que no se ve, o lo que no es tan obvio. Psicología pura y dura. La conversación entre la muchacha y el anciano al menos para mí lo desmuestra. Saben que van a esperar del otro aunque no se conozcan tanto entre sí. Esa manera de leer a las personas, es algo impresionante.

Si tuviera que ponerle algún pero, es lo lento que transcurre todo eso, aunque teniendo en cuenta lo detallista que eres creo que cabría esperar xD

Tanto que te quejas de que estás seco, anda no fastidies exagerado xD. No noto ninguna flaqueza en tu escritura, aunque tampoco es que sea ningún detector de metales de aeropuertos a la hora de detectar esas cosas, pero es la impresión que me da.

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NotaPublicado: 17/Ago/2013, 09:34 
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Vecino Honorífico
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Registrado: 20/Feb/2010, 16:57
Los laterales del castillo del barón eran de fina piedra, teñidos con un gris sorprendentemente claro, y escalarlos no era algo que se presentase sencillo. Se veía posible de todos modos, aunque el día velaba la efectividad cualquier arriesgado intento, y era por eso, de forma innegable, una elección poco atractiva mientras la noche no caía sobre las tierras de los Gresc.
—¡Eh! –la llamó una voz en lo alto, cargada con un ápice suave de socarronería. Chirriaba rayana a la histeria–. ¿Qué te crees que haces? ¿Vas a matar a alguien?
La muchacha alzó la cabeza con aire distraído, echando un fugaz vistazo a la hilera de ventanas más bajas del flanco oeste de la edificación. En una de ellas, otra joven, apenas aparentando edad de infante, la observaba con sus grandes ojos ambarinos muy abiertos. Parecía llena de curiosidad.
Sus facciones eran delicadas como las de un ángel, y a la vez afiladas hasta parecer sobrenaturales. Era como si aquella estilización llevada al extremo la hiciese demasiado poco humana. Irrealmente pulida.
La muchacha creía que era una elfa, pero no dijo nada al respecto. Se limitó a observar lo dorado que resultaba su cabello ondulado bajo el sol y hasta qué punto debía estar limpio para resplandecer de aquel modo, ejerciendo de cortina a ambos lados de su pálido rostro, como un delicado manto de luz e hilo. Cuando creyó que no iba a sacar más de su inspección muda, se giró hasta volver a mirar al frente y siguió caminando. Apenas transcurrió un segundo antes de que la pequeña volviese a interrumpirla, haciendo aún más chirriante la que por naturaleza sería una voz melodiosa, suave y dulce.
—¿Pero quién te piensas que eres? –exclamó, sin siquiera intentar disimular su irritación, tan propia de la alta cuna y cargada de un orgullo que a la muchacha le pareció despreciable en buena medida–. Por ser hija de un noble no puedes tratar así a alguien como yo, ¿me entiendes? ¡No hay nadie en todo el mundo conocido que pueda hacerlo!
Levantó la cabeza, entre altanera y desafiante, pero la joven apenas le prestaba un resquicio de su compleja atención, aquel necesario para detectar sus movimientos por el rabillo del ojo y escuchar los sinsentidos que profería por su boca. No más.
—Yo puedo –afirmó como respuesta, sin alzar la voz en absoluto. Aun en aquel tono ligero sus cuerdas vocales vibraron cortantes, atravesando el aire como el más frío de los filos, avanzando sin pausa hacia la niña y haciendo que su porte se descompusiese brevemente.
No entraba en sus planes responderle, pero si lo había hecho era porque decirle que no era hija de un miembro de la nobleza habría sido imprudente, y que aquello fuese siquiera remotamente real le resultaba asqueroso.
Lo suficientemente asqueroso para hacerla hablar, parecía ser.
Una vez lo hubo hecho, se dio cuenta de lo peligroso de la situación. No tenía nada que hacer allí y mucho menos hablando con una pequeña que probablemente ni fuera humana. Una princesa elfa no era el mejor de los enemigos que nadie pudiese buscarse, ciertamente, pero, al mismo tiempo, si seguía en su presencia la inercia misma llevaría a los rincones de las personalidades de las dos muchachas a chocar, haciendo saltar salvajes chispas. Y no sería ella quien ardería en el incendio precisamente.
Cuando hubo caminado lo suficiente para que la multitud, algo desconcertada por el episodio dialogado que acababan de tener en medio del gentío, tapase con su albedrío inagotable tanto la mirada como la voz de la niña, su musculatura no tardó en reducir la tensión hasta esa propia de quien vive en constante alerta. Probablemente aún entonces siguiese la joven elfa exclamando improperios más imaginables en un rudo campesino que en alguien de sus labrados nombre y condición. Pero ya no la escuchaba, y no le importaba tampoco qué estuviese diciendo.
No le interesaba. En su cabeza una fina línea dibujó silenciosa la cruz sobre su rostro, la cruz de los dotados de más ignorancia que ella. De los que no podían aportarle nada.

Dedicó el resto del día a recorrer aquellas calles y bifurcaciones que rodeaban el castillo del barón Gresc, muda, tratando de no llamar la atención con asombrosos resultados. Vio todas y cada una de ellas, y no se permitió olvidarlas, pues eran su única baza para conseguir entrar horas después sin que nadie se diese cuenta de sus intenciones. El sol ya se tornaba de un ligero color sangre cuando terminó, y esperó el atardecer con impaciencia.
Había algo en el ambiente. Podía olerlo, aunque no identificarlo; era como si el aroma de todas las cosas se tornase macabro bajo aquel rojizo incandescente del astro, como si se arrastrasen sobre sí mismas hasta caer de forma ilusoria resbalando por sus propios contornos. Las sombras eran viscosas y traicioneras.
Pronto llegaría el invierno.


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