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Historia no titulada de lo que fue de una canción onírica.

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NotaPublicado: 28/Feb/2014, 04:16 
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Registrado: 20/Feb/2010, 16:57
Su expresión estaba recargada de un azúcar tan casto como su alma de infancia y luz. Quizá fuese precisamente por eso, entre los tantos matices de los que estaba dotado su existir, que sus palabras amables producían escalofríos a las piedras, cargadas con el encanto asesino de quien jamás haría daño a nadie.
—¿Quién eres tú?
La pregunta de Tiz sonó seria y rotunda, a pesar de que su expresión mantenía un deje divertido, probablemente por pura inercia. La ceja que arqueaba en la penumbra hacía de su rostro una escena llena de matices que, aparentemente, no alcanzaban a encajar los unos con los otros.
—No me acuerdo de mis papás –respondió, con una leve sombra de tristeza en la mirada–. La gente se aleja de mí, así que supongo que nunca nadie ha necesitado llamarme de ninguna forma.
Se encogió de hombros levemente, contando con la punta de los pies los retales de luz que se filtraban por entre los barrotes de la única ventana de la cámara, muchos metros sobre su cabeza.
—Pero la luna me llama Myrna, así que supongo que sabe lo que soy. De ella no puedo esconderme.
Los miró, curiosa, con lo especial de su sonrisa de sincero algodón recién pintado de nuevo sobre la cara.
—¿Puedes salir de aquí? –preguntó Tiz, ignorando sus palabras.
Se giró un momento, intercambiando con los dos jóvenes a su espalda una mirada de circunstancias, y volvió a observar a la pequeña justo después, tratando de tomársela en serio con todas cuantas fuerzas tenía.
Svend observaba la escena con los ojos muy abiertos, como si realmente no estuviese allí. La muchacha a su izquierda parecía estar igualmente ausente, aunque de una forma diferente, distante, como la de aquellos que miran sin ver aun entendiendo los secretos del escuchar.
—Yo sí puedo –respondió, ensanchando la sonrisa. Sus pálidas mejillas se sonrojaron ligeramente, a pesar de que lo mortecino de la luz hacía que apenas fuese posible percibirlo. Hizo una pausa–. Tus ojos me creen loca.
Su risa, suave a la par que inesperada, se esparció como un río de plumas por la celda de mil maneras cautivadoramente sencillas.
Cambió de tema como si salir de allí fuese tan poco preocupante de por sí como importancia tenía para ella.
—De todas formas –añadió despacio–, no suelo hablar con los prisioneros. Me gusta pasear por las celdas al anochecer, pero… es imprudente, ¿no? Nadie debería saber que es posible escapar.
Les guiñó un ojo con delicadeza, cambiando el peso de una pierna a otra mediante un pequeño saltito. Su pelo blanco le caía por la espalda como un pentagrama de espuma de mar.
—No hay ningún sitio del que no sea posible escapar estando vivo.
Myrna sonrió, inclinando la cabeza ante la voz de hielo que acababa de serpentear en el interior de sus oídos. No estaba muy claro si intentaba expresar conformidad o simplemente no quería reunir las energías necesarias para encontrar palabras con las que reprochar la afirmación.
—¿Por qué? –inquirió con suavidad. La distancia que mantenía con las otras tres personas en la mazmorra no había variado más de unos centímetros a pesar de estar moviéndose, aunque su aire distraído hacía que pareciese completamente inintencionado.
—No hay inteligencia superior a la humana –sentenció la muchacha, dando un paso para distanciarse de la pared y retirar su rostro de debajo del manto de sombra reinante.
—Entonces –replicó Myrna, sentándose de un salto en el suelo–, crees que las personas siempre podemos desmontar aquello que han ideado otros iguales a nosotros.
Su gran camisón se plegó desordenadamente a su alrededor, haciendo que toda la atención recayese como un foco en aquellos ojos grises que hervían ganas de entender. Myrna observó la figura de contraste que se alzaba al otro lado de la habitación con aquella expectación sincera de la que no parecía desprenderse nunca, pero todo cuando la joven cedió por respuesta fue un seco movimiento con la cabeza, que rompió cuanto contacto visual pudiese haber habido entre ambas.
—Pero para ti hay personas mejores que otras –murmuró la chiquilla dulcemente, sin perder el tacto–. Si no fuese así, no te comportarías como si estuvieses por encima de los demás.
La muchacha volvió a observar a la pequeña, con una chispa irritada en los ojos. Su rostro, sin embargo, permanecía impenetrable cual máscara de piedras preciosas.
—Además –continuó, visiblemente contenta–, si realmente vieras las cosas de esa forma, tendrías que considerarme superior a ti. Al fin y al cabo, yo sé salir de este sitio y tú no.
Se cruzó de brazos, como si aquello la hiciese innegablemente más inteligente.
—Si te mato, nunca saldrás de aquí –respondió la joven muy lentamente. Sus palabras eran tan frías como el brillo asesino del fondo de su mirada.
—Pero como ya te he dicho –puntualizó la pequeña Myrna, con la voz tan clara como las primeras gotas de lluvia que comenzaban a salpicar la ciudad afuera–, creo que las personas no somos quiénes de decidir por la muerte.
Sonrió ampliamente, poniéndose en pie mientras sacudía el polvo de encima de la prenda que llevaba puesta. Segundos después, una vez levantó la vista, ahogó un quejido silencioso ante el odio irrefrenable y helado que atravesaba la celda como tratando de clavarse en los matices cenizos de su piel. Dio unos pasos hacia atrás, disculpándose sin palabra alguna, y se sumergió en las sombras del fondo de la cámara con su melosa inocencia fuertemente cogida de la mano.
Una daga de negra empuñadura cruzaba el aire en dirección a la pared. Silbaba veloz, como segando el aire, y se dirigía a la fría superficie con una rabia tan carnal como humana. Para cuando rebotó en esta, no quedaba allí nada a lo que pudiese causar el menor daño, a pesar de que, de un modo u otro, su vuelo quebró algo tan impalpable como la belleza de las llamas.
El único corte que el arma alcanzó a causar esa noche fue uno diferente, más sutil y probablemente invisible para todos cuantos ojos moran en la cobardía. Atravesó el aire como una caricia de demencia, la misma necesaria para poder observar todas aquellas cosas que rompía, idéntica a la que dejan sobre el mundo los largos besos de las estrellas. El suyo fue un corte certero a pesar de haber fallado, letal aun sin causar muerte y bello como solo lo son cuantos no escinden más que polvo, humedad, y lo áureo de la luz de la luna.


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NotaPublicado: 28/Feb/2014, 20:52 
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Registrado: 20/Feb/2010, 16:57
La muchacha contempló la daga que había lanzado, la cual yacía sobre el suelo tras haber caído con un repique sordo. Sus ojos, del azul de la noche, parecían divergencias sobre una fina línea de ira e infinito cansancio.
Tiz echó a andar hacia el fondo de la celda, con una pequeña sonrisa dubitativa en el rostro. Parecía perdido respecto a la situación que acababa de contemplar, pero no dijo nada al respecto, sino que se limitó a palpar la pared en busca de alguna forma de escapar como la recién desaparecida chiquilla lo había hecho. Svend lo miraba con fascinación ausente, aparentemente deseando hacer lo propio.
—No vas a conseguirlo.
La joven apenas habló en un murmullo, pero el eco hizo que su voz se expandiese por la sala hasta convertirse en una afirmación difusa y gélida como la sangre de un fantasma.
—¿Por qué? –protestó Tiz sin volverse. Sonaba molesto, pero a ella le daba igual.
No recibió respuesta alguna. La muchacha se sentó en el suelo, rodeando sus dos piernas con los brazos, y se dedicó a contemplar a un Svend que seguía refugiado en una de las esquinas, con expresión entre ida y asustada. No tenía miedo por su cordura, pero no se debía en absoluto a que esta no corriese peligro de tropezar y precipitarse hacia el vacío, si no a que realmente el bienestar del joven le resultaba completamente irrelevante.
Svend terminó por levantarse despacio, muchos minutos después, y ayudó al otro chico a inspeccionar las paredes en busca de escapatoria alguna, durante tantas horas que casi alcanzaron a ponerla nerviosa.
—Ya basta –cortó finalmente, poniéndose en pie. Dio unos pasos hacia delante hasta recoger su daga, que permanecía en el suelo, y atravesó con la mirada a los dos muchachos, que por fin habían dejado de maldecir en voz baja su poca suerte–. Dormid.
Su tono de voz distaba bastante de estar sugiriendo nada, y sonaba como una imposición de obediencia de lo más legítima. No se molestó en contemplar la reacción que producían sus palabras. Retrocedió hasta sentarse de nuevo, dejando reposar la cabeza hacia un lado como si dormir fuese algo tan mecánico y controlable como caminar, y dejó que sus ojos se cerraran hasta caer en duermevela con el pelo esparcido de manera desigual sobre la cara.
Los dos chicos se miraron involuntariamente, aunque no tardaron en volver a ignorarse al uno al otro. Tiz bufó en voz baja, desistiendo en su tarea, y negó con la cabeza con reprobación mientras se retiraba a una esquina para descansar, tan lejos de la muchacha como era físicamente posible que se colocase.
—Al menos –afirmó para sí con los ojos ya cerrados, consciente de que nadie estaba todavía dormido–, si morimos al amanecer, ella no será la responsable.
—¿Tienes miedo a que te mate? –preguntó Svend, acurrucándose en otra esquina mientras evitaba mirar cuanto le rodeaba. Mientras evitaba mirar cualquier cosa capaz de hacerle recordar que estaba preso, realmente.
—No. Tengo miedo a que alguna vez llegue a tener razón en algo.
Nadie dijo nada más esa noche. Unos minutos después de que Svend cayese dormido, con la palidez de quien va a tener malos sueños sobre la piel, Tiz esbozó una sonrisa irónica para sí mismo. Creía que nadie estaba mirándolo, pero un solo ojo azul, entreabierto entre dos mechones de pelo oscuro, observaba cuanto sucedía con una precisión capaz de hacer brotar espanto de una semilla de arena. Aquella portadora de la mirada iba armada, y su leve dormitar intermitente nunca alcanzaba a sumirla en la profundidad de los sueños. Sin embargo, su rostro se encontraba tranquilo, y aun habiéndose desprendido de la tensión, sus facciones se le marcaban en la cara con dureza. Su respiración tranquila mantenía un diálogo de sinsentidos con el silencio.
Unos minutos después, todos dormían.


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NotaPublicado: 02/Mar/2014, 05:14 
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Registrado: 20/Feb/2010, 16:57
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—¡Phi!
La voz melodiosa que había gritado su nombre silbó por entre los troncos de los árboles, siguiendo su carrera. La pequeña estaba cansada de él, siempre hostigándola como si no existiera nadie más en el mundo, llamándola, hablándole, pretendiendo ser igual que ella en algo, por remoto que ese algo fuera. Su obcecación era demasiado obsesiva para ser aceptada por la templanza de un elfo, sin importar cuán joven este fuese.
La niña suspiró a medio salto, sin mostrar agotamiento alguno, y se detuvo al lado de un árbol no demasiado alto, de hojas doradas como sangre de otoño.
Unos segundos después, él ya la había alcanzado.
Los niños elfos distaban mucho de parecerse a un mero niño humano mientras no terminaban de crecer. La forma de sus caras permanecía redonda y dulce como la de un bebé hasta la adolescencia, y sus orejas terminaban en pequeñas espirales parecidas a los dibujos de las enredaderas, que no acostumbraban a permanecer idénticas de un día para otro. Sus voces dulces y melodiosas no cambiaban en lo que les duraba la vida, por lo que el oído agudo de su raza hacía difícil que, por muchos años que pasaran, dos elfos no se reconociesen al encontrarse si ya lo habían hecho alguna vez.
Aquel chiquillo en concreto tenía el cabello lacio y desordenado, del verde de la aurora del bosque y los labios de la naturaleza. Sus ojos tenían tonos tan intensos que parecían estar inyectados en hierba, primavera y hoja de árbol, y su voz era cantarina y chispeante como un pacto de malicia luminosa.
—No deberías irte sola a casa –reprochó con una sonrisa–. No corres peligro, pero ir conmigo sigue siendo mucho mejor.
Phi frunció el ceño levemente.
—Y tú no deberías acompañarme a ninguna parte. Te diría que no corres peligro, pero no sería verdad.
El niño estalló en dulces carcajadas.
—Siempre tan inflexible –protestó. Su sonrisa no desapareció mientras se encogía de hombros–. Sé quién es tu madre, Phi. Si tengo que enfrentarme a la ira de Iweia por acompañar a la menor de sus hijas a casa, lo haré, aunque sea tan solo por perseguir el olor que tiene el aire cuando tú lo atraviesas.
La expresión de la niña abandonó la indignación para tornarse rápidamente en ira, con una seriedad desproporcionalmente grande dadas las dimensiones de su cuerpo.
—Déjame en paz.
Para cuando el segundo siguiente terminó de caer, Phi ya atravesaba a la carrera el oro trigueño del bosque.

El amanecer barría con lluvia fría Erea. El viento soplaba con suavidad pero sin pausa, en ráfagas constantes, de sabor dulce, arrastrando gotas de agua por entre los barrotes de las ventanas de las celdas del castillo de los Rínlar.
La joven que estaba sentada en el suelo de una de ellas llevaba despierta un par de horas más que el sol, pero se mantenía silenciosa e inmóvil como una estatua de hielo. Se oyeron pasos afuera varias veces, que hicieron eco dentro de la prisión, pero la puertecita metálica no se abrió en todo cuanto tiempo duró la mañana. Un hombre adulto y otro que pronto lo sería la acompañaban, a pesar de que ambos tardaron bastante más en despertar. Al parecer el golpe emocional que de forma lógica les suponía ser apresados había golpeado sus mentes hasta dejarlos hechos polvo, cosa que no sucedía con ella, aparentemente.
La entrada a la cámara se abrió cuando el sol ya estaba bastante alto tras las nubes grises que abrazaban el cielo. Los ojos de Tiz pestañearon al instante, con el fuego de los sueños intensos ardiendo detrás, pero el hombre no se movió un ápice mientras contemplaba cómo un grupo de seis guardias entraba en la celda. Echó un vistazo fugazmente a su alrededor, intercambiando una breve mirada con la muchacha que se encontraba a varios metros de él, y observando cómo Svend no hacía más que frotarse con empeño los ojos.
—El barón Rínlar ha ordenado juzgaros personalmente –clamó uno, cargando su voz de una potencia completamente innecesaria–, pero antes hay algo de lo que debo advertiros.
Sonrió ligeramente, con una malicia que casi rozaba la crueldad, recomponiéndose después como si no hubiese tenido nunca intención de cambiar la expresión que recorría su rostro.
—Si intentáis huir, estáis muertos. Si habláis cuando no se os lo requiere, estáis muertos. Si desobedecéis nuestras órdenes, estáis muertos. Si os movéis sin habéroslo ordenado antes, estáis muertos también.
Los miró con severidad.
—Levantaos y seguidnos, en una fila –ordenó, con la voz sentenciosa propia de quienes creen tener más poder del que saborearán jamás–. Si no camináis en línea recta, estáis muertos.


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NotaPublicado: 03/Mar/2014, 23:01 
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El humorístico y vago del pueblo.
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Registrado: 02/Ago/2010, 15:04
Ubicación: Esperándote en la cama.
Leído hasta aquí me quedo con con la tiranía ahí al final, que es lo que más me ha impactado y que me recuerda a Hitler o a algún dictador cuando ordenaban matar D:

Por lo demás, comparaciones brillantes, hay veces que siento la elegancia pero no pillo la comparación y luego hay otras veces que sí que la pillo. Pero es que cuando la pillo me siento tan bien ya que se ve cuánta imaginación tienes para comparar cosas como esas :D

Así pues, vuelvo al sitio del cual vine (?)

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NotaPublicado: 04/Mar/2014, 05:49 
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Registrado: 20/Feb/2010, 16:57
Los pasillos que recorrieron dibujaron las mismas bifurcaciones que la vez anterior, hasta llevarlos de regreso a la tortuosa escalera en espiral, que ascendieron con diligencia. Cuando esta tocó su fin, una gran plaza se abría ante sus ojos. Frente a ellos, en lo que parecía ser el centro, se encontraba una fuente rodeada por doce figuras esculpidas en piedra, todas ellas de facciones suaves y cuerpos desnudos. Dibujaban un círculo con sus espaldas, de cuyo centro nacía una constante corriente de agua que danzaba en curvas imposibles alrededor de su origen. Alrededor de la plaza se extendían matorrales y jardines con hermosas flores, atravesados por cortos caminos. Al final de ellos, decenas de torreones se alzaban hacia las alturas, constituyendo un círculo alrededor de aquella plaza los unos juntos a los otros y elevándose en dirección al cielo borrascoso. Terminaban en una especie de cúpula no del todo cerrada, y algunos de ellos se bifurcaban en torreones más altos que se elevaban sobre esta, probablemente aquellos visibles desde la ciudad.
Los llevaron en silencio hacia una de las torres, donde se encontraron con una gran sala en cuyo centro brotaban unas escaleras color marfil. Había gente aquí y allá. Nadie parecía ocupado, sino que portaban expresiones extremadamente tranquilas, llevadas con naturalidad, y sonreían levemente como si todo cuanto los rodease no fuera más que un paraíso construido por y para ellos. No destilaban falsedad, ni parecían tramar nada con el fin de imponerse sobre los otros; al contrario, casi se veían como una familia. Ninguno de ellos se molestó en mirarlos. La muchacha frunció el ceño mientras caminaban, impasible, pensando en todo cuanto alcanzaban a ver sus ojos sin variar la expresión lo más mínimo. Su única conclusión alcanzable fue que, o bien aquello que hacían con ellos era habitual en el castillo, o toda la nobleza de aquella casa acostumbraba a ignorar el mundo real. La segunda opción, viendo sus rostros ausentes, le pareció más factible.
—Deteneos.
El grupo entero se paró a la vez, ligeramente desconcertado. Solo Svend tardó un poco más en reaccionar, hasta casi chocarse con el guardia frente a él, pero, por suerte, sin llegar a rozarlo.
—El barón ya no desea verlos –anunció una voz frente al grupo, solemnemente, con el tipo de matiz sonoro que no permite que nada sea negado–. Tengo órdenes. Debo llevarlos de inmediato a la cámara doce, así que tu trabajo ya ha concluido.
El oficial al frente soltó una risa por lo bajo.
—A la cámara doce, ¿eh? –preguntó, divertido–. Muy bien, puedes llevarte a algunos de mis hombres. No creo que quieras ir sin guardia.
—Dos bastarán. Que se encarguen de ellos.
Agarró a la muchacha de un hombro, rudo, y se la llevó escaleras abajo. Ella no dijo nada ni pareció protestar. De hecho, su única reacción consistió en un leve fruncir de los labios, acompañado de un aumento en la intensidad con la que se aferraba a sus dos dagas, que permanecían en sus manos como si no fueran más que prolongaciones de estas.
—Andando.
Su voz era demasiado rotunda; no se quebraba, pero estaba rota. Ella lo sabía.
Sus nuevos captores los llevaron de vuelta por donde habían venido, sin demorarse en absoluto, pues el nuevo general a cargo parecía ser mucho más presto en cuanto a llevar a cabo su trabajo. La joven relacionaba su rostro con el de aquel que los había llevado a la prisión la noche anterior, pero no dio señal de reconocerlo.
—¿Qué hay en… la cámara doce? –preguntó Svend segundos después, con la cabeza gacha.
Su voz era tan baja que no alcanzaba a constituir un hilo uniforme, sino que se rompía y deshacía en retales, polvo y murmullos paralelos a la inteligencia o los sentidos.
—Cállate.
La voz de Tiz sonó con toda cuanta claridad le faltaba a la del joven. Su expresión, torcida en una mueca de desagrado, hacía ver lo innecesaria y estúpida que le resultaba la situación, al igual que insinuaba lo mucho que le irritaba todo aquello de una forma rabiosa y carente de amabilidad alguna.
—¡Basta ya! –masculló uno de los guardias, empujando a Tiz varios escalones hacia delante. El hombre tropezó, y, a pesar de que su expresión consternada se tornó más feroz, no dijo nada–. Si apreciáis lo más mínimo vuestras vidas, callaos de una vez. Sois insoportables.
La muchacha apenas podía escuchar el rechinar de los dientes de Tiz, pero realmente no tenía ninguna importancia para ella. Si no se contenía, probablemente acabase muerto, pero eso distaba bastante de resultarle relevante. La joven entrecerró los ojos mientras continuaban bajando las escaleras, en silencio. A pesar de lo impenetrable de su expresión, de lo frío e insensible de su mirada o de lo espectral de sus pasos, por dentro sonreía.
Hacía rato que se sabía a salvo.


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NotaPublicado: 07/Mar/2014, 23:09 
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El humorístico y vago del pueblo.
Vecino Honorífico
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Registrado: 02/Ago/2010, 15:04
Ubicación: Esperándote en la cama.
Renaissance escribió:
Hacía rato que se sabía a salvo.


Sinceramente, no sé si creerme eso. Contigo no hay nadie a salvo, quien sabe cuando te la vas a cargar D: (?)

Y no sé que más decirte, ya que no bajas el nivel en cuanto a escritura se refiere. Me quedaré esperando a que haya algo más de acción entre tanta descripción :D

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NotaPublicado: 08/Mar/2014, 06:10 
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Registrado: 20/Feb/2010, 16:57
El general Melvin los hizo cruzar a buen paso la plaza, en dirección a un torreón diferente, y los invitó a entrar antes que él sin soltar el hombro de la muchacha. No había desenvainado su arma, y parecía ignorar el hecho de que ella sí portaba las suyas.
—Subid.
Se encontraron con una nueva escalera, mucho menos elaborada que las anteriores. De hecho, casi alcanzaba a ser tosca, con sus peldaños de piedra llenos de polvo y aquel olor desagradable inundando todo el camino en dirección a la parte superior de la torre. Al contrario que las otras, esta parecía dar a diferentes plantas, puesto que múltiples estancias aparecían a cada rato mientras subían, a pesar de que los guardias que los dirigían no daban señal alguna de ir a detenerse.
Melvin dio un suave apretón al hombro de la joven mientras ascendían. No fue el tipo de apretón que da fuerzas, ni aquel que sirve de apoyo, ni siquiera el apretón cruel de quien disfruta estando por encima de los otros. Era un aviso. Fue breve y suave, pero lo bastante claro para provocar una reacción, y, segundos después, ya la había soltado.
El general apenas había desenvainado su espada cuando los dos guardias frente a él perdieron la vida, cada uno atravesado por una daga con salvaje certeza. Las cuchillas habían acertado en el punto exacto entre las placas de sus armaduras, pasando a través de ellas hasta perforar la piel, extinguiendo el latir de sus corazones a la velocidad del pensamiento. Ninguno tuvo tiempo a decir nada, aunque tampoco había nada que decir.
—¿A dónde nos llevas? –inquirió ella, fría, mirándolo con desconfianza, como si el hecho de acabar de matar a dos personas fuese completamente irrelevante.
No tenía claro si iba a gustarle la respuesta a su pregunta, pero deseaba hacerla de cualquier modo.
—Más arriba, no –murmuró Melvin, alzando las manos frente a su figura, como excusándose–. No creo que lo que hay en lo alto de esta torre sea del gusto de nadie.
Svend lo miró, asustado. Su rostro jovial y aristócrata llevaba horas sin mostrar parecido alguno con el que acostumbraba a iluminar su cara.
—¿Y… qué hay? ¿Qué hay arriba?
—Venid –apremió el general, bajando a buen paso las escaleras.
Los llevó a la última planta por la que habían pasado, que se encontraba desierta, y abrió rápidamente una puerta, haciendo gestos con su mano para que se diesen prisa en entrar. Una vez los tres estuvieron en la habitación, que no resultó ser más que un pequeño habitáculo vacío con paredes de piedra, comenzó a hablar. Lo hizo en voz muy baja, tan rápido como podía, pero sus palabras eran claras, e iban acompañadas de gestos acelerados y múltiples cambios en la expresión, los propios de alguien con demasiadas inseguridades, acechado por aciagos tormentos.
—Esta es la única torre deshabitada en el castillo, y su planta más alta se conoce como cámara doce, aunque algunos la llaman Purificadora, o Filtro.
—¿Y qué hay allí? –preguntó Svend, con los ojos llenos de curiosidad.
—Una ventana.
La muchacha lo miró, fríamente.
—No tienes necesidad de crear suspense –sentenció con voz tranquila–. A cambio, yo no lo haré tampoco. Te avisaré cuando vaya a matarte, para que no te coja por sorpresa. Ahora habla.
Melvin dio un respingo, bajando un poco la cabeza de forma involuntaria. Aquellos ominosos temores que portaba parecieron bailar con más presteza alrededor de su figura.
—Los prisioneros que ya no sirven son enviados a la cámara doce. La parte trasera de esta torre está a menos de un metro de la muralla que rodea el castillo, y…
—Los tiráis.
La voz de ella lo interrumpió sin piedad alguna. Su expresión no denotaba molestia, pero su voz era incisiva como el filo de sus dagas.
—Los amontonáis entre la muralla y la torre, donde nunca nadie va a encontrar sus cuerpos. Vendéis a la nobleza este lugar como un remanso de paz en el que nadie emplea la violencia. Hacéis que crean estar seguros. Muchos de los niños que nacen aquí ni siquiera sabrán que hay algo más afuera de las murallas, y es probable que la mayoría nunca lleguen a darse cuenta de que no son más que vuestros juguetes.
Melvin apretó los puños un instante.
—No... –se le rompió la voz, llena de honesto espanto– no puedo negarlo.
La muchacha sonrió levemente. Tiz contemplaba la situación en silencio, con sus ojos bailando entre el sarcasmo, la incredulidad y la sorpresa a una velocidad prodigiosa. Los ojos de ella brillaban con suavidad.
Por una parte, consideraba al barón Rínlar una persona horriblemente brillante, con incluso menos valores de los que ella tenía, a pesar de su soberbio intelecto. Había cerrado su pequeña sociedad de exquisitez al mundo, y, aun haciéndolo dentro de una gran mentira de artificio, toda la nobleza de Erea vivía en una felicidad tan impoluta e inquebrantable como falsa. Eran manipulables, volátiles y se comportaban como si no estuviesen vivos siquiera. El equilibrio del que pendían era frágil a la vez que perfecto, y de minuciosa y admirable elaboración. Sin embargo, era miserable.
—Llévame con el barón.
Para sorpresa de Melvin, la muchacha no había perdido la sonrisa.


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NotaPublicado: 13/Mar/2014, 00:42 
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The Boy who Shattered Time
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Registrado: 30/Mar/2010, 17:58
Ubicación: Land of Chocolate and Breeze
(Ya me he puesto al día yes)
Me encanta el giro que ha tomado la historia con lo de la prisión, Myrna y la cámara 12. :music:
También quiero saber más sobre los dos elfos de aquel pequeño fragmento de unas actus más atrás :c Todo pinta muy bien, love it <3
Síguela cuando puedas que esta vez no creo que me pierda tantas actus (?)

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Gracias Renaissance <3
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NotaPublicado: 19/Jun/2014, 23:52 
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Registrado: 20/Feb/2010, 16:57
La más alta de las torres altas de entre las muchas torres del castillo Rínlar era un prodigio arquitectónico de suavidad y altura. Tiz había perdido la cuenta de los escalones que habían subido, de los intrincados caminos por los cuales los habían llevado, y era consciente de que, de necesitar escapar, no podría reconstruir la ruta que recorrían, pero su mente estaba demasiado ausente para que algo tan trivial alcanzase a preocuparle lo más mínimo.
Miró a la muchacha que caminaba a su lado, en silencio. No sabía si ella era consciente de que lo hacía, pero no le importaba si así era; no le importaba el que tuviese la capacidad de leer con el rabillo de aquel ojo azul hielo sus intenciones, porque ni él mismo conocía cuáles eran. Recorrió su figura, de porte asesino. Su cuerpo parecía relajarse antes de sufrir su propia tensión de nuevo con cada paso que daba, dotados todos ellos de felina dejadez y de una similitud con todos sus pasos anteriores que rozaba lo aterrador, la propia de quien no solo vive alerta, sino que es conocedor de todo cuanto peligro tiene potencial para rodearle, y alimenta su existencia de la elaboración de contraataques ante cada minúscula ofensa que encuentra en el mundo entorno a él.
Lo cierto era que sentía curiosidad. Recordaba aquel verano en el que casi había logrado encontrarla, cuando había alcanzado a respirar su frío. Sabía por qué la buscaba. Llevaba muchos años haciéndolo, aunque no siempre por deseo propio, ni como pasatiempo, ni por necesidad. Volvió a mirarla, una vez más. No sabía qué era aquello que había en ella, pero no era como los otros. No era como aquellos a los que había tenido que perseguir antes. Era como él sin serlo, y eso le daba demasiado miedo para no medir sus palabras: un miedo que nunca reconocería sentir.
—No debo llevarte con él –suspiró Melvin finalmente, como si no pudiese más con la lucha interna que su expresión llevaba todo el tiempo revelando.
—Entonces te mataré.
El hombre trató de contener inútilmente un escalofrío de terror. Nunca había temido a la muerte; lo único que le producía aquel pánico frío era la indiferencia con la que la muchacha decía palabras como aquellas.
—¿Quieres que te mate? –inquirió suavemente, sin perder la expresión hueca que había cubierto su semblante durante todo el camino hacia lo alto.
—No.
Nadie dijo nada más. Los cuatro retomaron la marcha en silencio, sabiendo que el diálogo era tan innecesario como peligrosamente inútil.
—Deberías tratar de disimular –comentó Tiz finalmente, viendo que el trayecto escaleras arriba no parecía estar en absoluto cerca de tocar su fin. Apenas fue un susurro al lado de la joven, pero Svend los observó un instante, con la expresión pálida de terror de la que llevaba horas sin conseguir desprenderse del todo–. Ya sabes. Tus intenciones, el que nada ni nadie te importa. Realmente… no sé por qué haces nada de lo que haces, y eso me irrita, porque no me cabe duda de que todos te damos absolutamente igual, y entonces…
—Hablas mucho –interrumpió ella–. Tus palabras no dicen nada.
Hubo un silencio tenso, seguido de un suave rechine de dientes por parte de Tiz, prueba del turbio descontento que sentía. La joven se giró para observarle un instante, topándose con una desconcertante y entretenida sonrisa que no supo, ni quiso, explicar.
—La prudencia nace del miedo –puntualizó unos segundos más tarde.
Siguieron caminando. Svend jadeaba levemente, tragando saliva cada dos peldaños, como tratando de acallar el débil ruido que producía su respiración y alejar la maraña tensa en la que se había convertido su entorno.
Finalmente, alcanzaron lo que parecía ser la parte más alta de a saber qué torreón, y una pequeña sala con dos enormes puertas elegantemente talladas se abría ante ellos, presidida por dos guardias de aspecto solemne. La joven sonrió.
—Y yo no tengo miedo a nada.


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NotaPublicado: 28/Jun/2014, 21:40 
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The Boy who Shattered Time
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Registrado: 30/Mar/2010, 17:58
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Omg si has vuelto con la historia xd
Me ha gustado el cap, más que nada para recordar a nuestra chica letal y a Tiz. Casi me olvidaba de ellos. Casi.
Muy bien relatado todo, como siempre, las descripciones son geniales <3. La chica se comunica con frases cortas y es inexpresiva. Parece una Adem jejj #TuYaMeEntiendes.
Sigue pronto a ver como continúa la historia C:

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Gracias Renaissance <3
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Historia no titulada de lo que fue de una canción onírica.

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