Somos surcos pequeñitos escondidos donde nadie puede vernos. Tan chiquitos que si vienen y nos soplan desaparecemos como hojas al viento. Somos poesía recitada en silencio. Somos versos sin medir donde nadie espera encontrarnos. No es música lo que escuchas cuando caminas, sino nuestras voces gritando a pleno pulmón que todo será mejor para el mundo. No somos un intento de adivinar. Somos la adivinanza en sí, compleja, con recovecos imperceptibles que no llevan a ninguna parte. Somos caminos perdidos en medio de donde las cosas no pueden perderse. Somos un susurro tan tenue que hasta en el silencio se pierde, un estruendo que no se escucha. Somos lienzos de oxígeno congelados entre flores de envidia. Somos alegría oculta entre sonrisas desquiciadas de hadas, de esas hadas que nos visitan en sueños. Somos la ciencia de no tener un motivo para actuar y a la vez los por qué más intensos. Somos lo que nadie conoce y todos anhelan, lo que el mundo odia sin sentir, lo que pasa en todas partes cuando no hay partes en el todo. Somos una alegoría de azúcar. Tiempo perdido. Relojes rotos. No somos horribles pero tenemos una parte espantosa, merecemos ser monarcas de países invisibles. Somos melodías que nunca ha tocado nadie. Somos amor, somos desprecio. Somos cosas que no sabemos qué significan, y otras que no sabemos que somos aunque las entendamos. Somos metáforas, sí, pero no, pero quién sabe qué quiere decir. Yo no lo sé. También somos un no lo sé, y una promesa imposible de cumplir, y dulzura disuelta en agua salada. Somos acuarelas sin marca, murmullos que no quieren que nos vayamos. Charcos y barro y lirios púrpura. No somos lo que creen que somos, aunque nadie cree porque la fe es abstracta y lo abstracto no existe. Somos sabiduría farfullada por bocas inconscientes, inteligencia que no se busca ni se tiene. Somos palabras que brotan solas e incoherencias. Somos lo que queramos, solo porque en eso consiste ser. Y aun sin saber lo que somos, sin saber lo que queremos ser, sin proponernos ser algo... involuntaria e incomprensiblemente, seguimos siendo surcos pequeñitos escondidos donde nadie puede vernos.
Niebla
Spoiler:
Había una joven de blanco. Tenía una figura esbelta y sus proporciones eran angelicales. Cada vez que su vestido ondeaba acariciando sus tobillos parecía oírse el repicar de una campana. Niebla. La rodeaba la niebla. El suelo era niebla, el cielo olvidaba que no era niebla misma. Sus iris se empañaban con la niebla. Y, a cada paso que daba, la envolvía más niebla. Colores, sucios. Su tez pálida era el gris que contrastaba con la blancura, con la pureza de su vestido. Sus manos alzadas sintiendo el pasar del entorno no habían rozado el negro en lo que parecían ser milenios. Frío. No percibía nada, el hálito que la recorría era insensible y su piel no sentía los dibujos que las lenguas níveas llevaban a ella. Pero tenía frío. En el corazón, en el corazón tenía frío, su corazón lloraba, él guardaba los amargos colores que un día habían pintado paraísos a su alrededor. Y se daba cuenta de que eran mentira, de que no era magia viva, de que sus pasos de ninfa no eran nada si nadie los admiraba, de que su silueta solo había sido elegante una vez, cuando los ojos no podían evitar clavarse en ella. Y no podía. Y la niebla no alcanzaba su pequeña bomba de relojería, encogida por el dolor. No volvía gélidas las lágrimas de sangre que danzaban en lo más profundo de su ser. Y no… Y no quería llorar. Pero por dentro no dejaba de hacerlo, su alma no dejaba de retorcerse buscando una salida a la jaula que estaba sellando su destino. Y un pasito, y otro, andando despacito, con las manos en alto, rozando los cientos de cielos imaginarios que habría pintado entre aquel sucio humo blanco de haber tenido alguien en quien confiar, alguien al que enseñárselos. Un día tuvo arte en los ojos, un día brillaron. Y cuando estas palabras terminen, cuando el último preocupado por observarla desde las sombras pestañee, cuando solo el miedo negro y frío pueda teñir su alma… Se helará su corazón, suspirará sus esperanzas, exhalará sus memorias y solo serán más niebla. Y su luz ya extinta del todo se perderá entre la blancura con ella.
Silencio
Spoiler:
Cuando el tiempo tejía su primer retal y el céfiro aún sabía dulce sobre los acantilados y las colinas, cuando las hojas caían por entre la brisa y el único pintor sobre el manto telúrico era el paso de las estaciones, cuando la armonía no estaba todavía rota y el áureo velo de pureza conseguía sonreír en cada rincón, incluso cuando cada rayo de sol podía rozarse como si fuera una de las docenas de cuerdas de un arpa celta, existió un cisne de tal hermosura y presteza que la belleza del planeta, todavía en su cuna, parecía concentrada en su silueta. Sus plumas eran las más blancas que la nieve había dibujado jamás, su pico el más estilizado que las nubes han visto aún hoy, el agua que tocaba parecía cristalizar en ondas diáfanas que, sufriendo una parálisis continua, empalidecían ante el desfile de elegancia que eran forzadas a contemplar. El ave nívea era frágil y se limitaba a pasearse día y noche sobre un lago de aguas translúcidas, describiendo con su navegar filigranas que nadie sabrá nunca de qué mítico pasado versaban.
Era primavera en el bosque de coníferas. Años hacía ya desde los primeros bailes de cisnes en su lago, y las hojas habían caído de aquellas ramas que simulaban pétreas más veces de las que se pueden contar. Sin embargo, la conversación líquida de las aguas provocadas por un efímero danzar seguía allí. El tiempo continuaba su desliz entre los pétalos de las flores, despacito, mientras la paz reinaba en aquel lugar donde nunca se había conocido belicismo. Se escuchaban canciones portadas por la brisa que susurraban entre las hojas murmullos que nada ni nadie estaba interesado en acallar. Y seguía, y seguía, y el cielo se difuminaba con el paso de los días, y las semanas y los meses pintaban tangos sobre el lienzo celeste mientras todo sucumbía a los cambios que el mundo imploraba realizar sobre sí mismo. Así; despacio. Así fue como llegaron los últimos días de paz. Había rumores nuevos en los bosques y el equilibrio aparentemente volátil empezaba a temblar ante una amenaza de rotura. Y el cielo se inundó de fúnebres colores antes de volverse negro y dar paso a la primera de las noches. Y las nubes tiñeron los cielos ocultando el único guiño que crecería para dar esperanza y recordar aquellos tiempos de perfección y magia, ocultando aquella luz destinada a chisporrotear cada una de las veces que el manto angelical se volviese otra vez oscuro cubierto de pequeños azabaches. Y todo terminó. Una figura irrumpió en el lago. El bosque ardía. Las flores gemían ante el llanto de sus amigos muertos. Si alguien hubiese olido la sangre y la putrefacción por aquellas tierras habría sabido identificar ese aroma flamígero que se esparcía aquí y allá. Y otra figura. Y otra. Y cuando todos los pares de ojos miraron ya no había cisne, ya nadie danzaba. No quedaba ningún elegante resto de aquella obra de arte de mil vidas. Y el último cisne huyó también de aquellas tierras de maldad, y luego solo hubo frío, solo hubo llamas, solo hubo miedo.
Y el silencio.
Alma
Spoiler:
Mil ciento doce años y dos estaciones habían pasado desde que el primer árbol dio el primero de los frutos que crecieron en los bosques de Jonia. El verano acechaba; un verano que duraría cuatrocientos veintiséis días y que sería el más largo que nunca se hubiese visto en aquella isla, tan lejos de lo corriente y a la vez tan sumida en lo que para muchos sería normal. En el continente todos creían que Jonia no era un lugar al que dar importancia. Sabían de la magia que habitaba entre sus altos árboles, tan antiguos como las primeras razas que precedieron a los hombres, las que conocían del poder que ellos llevaban en su savia y que recorría sus raíces. Sabían cómo miles habían intentado darles un nombre y cómo se había extinguido así el palpitar de sus corazones, antaño perennes. Y, aun con ello, una parte de aquella magia silenciaba sus mentes y mantenía las tierras jonias apartadas de la influencia de la duda, y, lejos de despertar curiosidad en cualquiera, su excelencia permanecía camuflada entre lo que todos sabían. Su excelencia… y la de sus criaturas.
Era el año mil ciento doce en el calendario de la isla de Jonia, un calendario que solo conocían los árboles en sí mismos y que nadie se había molestado en elaborar. Tampoco nadie habría tenido memoria para asimilar toda aquella magia, ni para recorrer una historia de tantos y tantos días, de estaciones cambiantes y poderes extraños, latidos de luz y de sangre y de la sal que bañaba los acantilados y de las vidas intensas y fugaces que se extinguían al dar lugar a otras más feroces todavía. La primera nota de la canción de seducción sonó entonces. No fue un sonido que pudiese escuchar cualquiera, ni siquiera podría considerarse un sonido para los que no lo escuchaban, que realmente eran todos… Es por lo tanto lógico no llamarlo sonido, y ya que no era un sonido no tiene sentido hablar de una nota en aquella canción que aun sin música era canción y sin palabras tenía letra. Y esas palabras, no pronunciadas y aún menos existentes, la llamaban.
Siempre había sido un alma que vagaba sola por entre los bosques, escuchando el rumor del viento y admirando lo dulce que se respiraba el céfiro cuando el invierno tocaba su fin y la primavera comenzaba a salpicar el hielo. Siempre había sido consciente de quién era, de para qué existía y de por qué Jonia era su hogar. Sin embargo, fue a ella a quien llamó la canción, y desde que la escuchó ni en sus sueños más profundos y evocadores puede rememorar cualquiera de esos motivos, ni siquiera despierta encuentra el trance que le daba esencia, y probablemente ni muerta pierda el encanto que le regaló el bosque…
En Jonia las cosas no suelen pasar porque sí. Tampoco suelen tener un motivo, ni nadie para explicarlo. Son sentencias fruto de una magia que no puede ni comprenderse a sí misma. Son conceptos inabarcables, aunque lo inabarcable como concepto lo sea también. Esa noche del año mil ciento doce el poder de los antiguos sentenció un nuevo hecho que se añadió a la gran lista de irrevocables decisiones tomadas por nadie, esas que dan esencia y poder a la isla. Nadie se dio cuenta de que había pasado, pues, al contrario que la mayoría de los cambios que se suceden al noreste, la fuerza y decisión con la que la canción la llamó pasó completamente desapercibida para todos. Aquella música de silencio la llevó por su paradigma de colores como si el mundo estuviese convirtiéndose en un prisma caleidoscópico a su alrededor, mientras pestañeaba, mientras aprendía de las cosas que nunca había hecho sin ser consciente de estar sufriendo de su adhesión. No hubo luz ni fuego ese día en los bosques. No hubo miedo, ni placer, ni felicidad, ni parálisis, ni se detuvieron las cosas aun sin moverse. El sonido de la canción que cautivaría a todos los hombres se introdujo en ella y eso fue todo lo relevante que sucedió en la isla en aquel día de aquel año del enésimo verano de los veranos del mundo. Y aun sin nadie enterarse, tampoco eclipsaron la fecha que había de verla nacer.
Desde entonces su murmullo vaga por el continente humano. Nadie sabe cómo ha llegado tan lejos, ni cómo aparece para irse dejando rastro pero no recuerdo. Nadie sabe cómo puede alimentarse de placer y deseo, pero lo que sí saben es que aun sin ser conscientes de que existe, hay algo que deja cautivos y tarareando réplicas de su canción de seducción a todos los hombres que tienen la desgracia de cruzarse con ella.
Pero son hombres. Los hombres no pueden cantar la canción sin palabras que ha de liberarlos, y es por eso que su encanto es, más que efectivo, una parte imprescindible de su biología y de su psique infinita. Igual que su alma sabe que es una fémina e igual que su don es algo por lo que no se pregunta desde el día en que cayó del cielo y la imbuyó de magia. Cosas que nadie se cuestiona por ignorancia, y que ella no se cuestiona por tener cosas más importantes que hacer… Cosas como jugar a vivir la vida humana que nunca tendrá. Cosas como hacer creer a todos los hombres del mundo que aun sin ser parte de ella la humanidad late en sus venas, porque sabe que cuando una mentira es asumida por todos pasa a ser la única verdad que existe, y cuando una verdad es la única…
Solo le faltará olvidar su esencia como mentira para poder sumergirla con ella en las sombras. Para llevarla consigo…
Y ese día el orbe de almas olvidadas que refleja su espíritu y el pasado que ni queriendo recordaría brillará más fuerte. Y, ese día, su hechizo habrá hecho suyo el mundo que los árboles jonios le mostraron…
Destino y ceniza
Spoiler:
No recuerdo haber sentido mis piernas a lo largo de los más eternos segundos que he tenido la desgracia de vivir, a lo largo de aquel tiempo tan breve a la vez que infinito en el que había corrido como nunca pensé llegar a hacerlo. Había muchas voces. Hacía un frío caliente, de ese que te acaricia de forma completamente insensible, o quizá simplemente la velocidad con la que mi corazón latía, siempre un paso por delante de mí, estuviese protegiéndome como una burbuja atérmica. Sentía mi sangre recorriendo cada una de mis venas como un torrente de vibrantes chispas. Mis pies dibujaban un sendero invisible a lo largo de los eternos pasillos, todos idénticos, todos igual de huecos. No sabía a dónde debía ir, y aun entonces tenía un rumbo certero y feroz. Aquel día corrí como la persona más convencida de cuál es su destino que pueda existir en el mundo. Mi prisa estaba vacía de utilidad, era estúpida e inservible, pero, aun así, corrí con tanta fuerza como fuelle me daba el sentir. Vi cortinas, y mucho blanco. Varias veces tuve que subir escaleras. Lo hice de cuatro en cuatro, quizá alguna que otra vez logré saltar cinco. Ni en una sola ocasión me fallaron los pies: ellos también entendían más y más con cada latido que aquella carrera era demasiado importante para no correrla. Y, de repente, simplemente estaba allí. Viré hacia la derecha e irrumpí en una habitación de la que no recuerdo absolutamente nada. Toqué la pared. Vi lucecitas de colores que después se tornaron blancas. Vi blanco y gris y negro. Después vi rojo. Y después conocí un nuevo negro, uno que va más allá de la ausencia de todos los demás colores. Miré las luces mientras se desvanecían, sabiendo que todo lo que alguna vez había brillado para mí lo hacía también. Entraron personas con batas blancas. Creo que grite en busca de mil porqués, pero no sé si me contestaron. En ese momento me quedé sordo. Creo que es así como debo decirlo, pues nunca he vuelto a escuchar a nadie.
He oído muchas veces a lo largo de mi vida que en el corazón moran los sentimientos y que el intelecto reside en los recovecos del cerebro, aunque nunca he podido comprobarlo ni entenderlo. De todas formas, de ser así, estoy seguro de que en ese instante ambos sellaron una tregua contra el horror azabache que impregnaba mi sangre. Mis latidos dejaron de arrastrar dolor en apenas segundos. Mi expresión volvió a relajarse, aunque mi tez se quedó pálida como el mantel antes de recibir la mancha de vino. Dejé caer la mano que acariciaba la pared hasta que esta tocó mi costado, y me quedé de pie como un muerto en perfecto equilibrio lo habría hecho. No fui consciente más de cómo sucedían las cosas. Aun hoy no sé de dónde he sacado la fuerza para tener palabras con las que contestarle al mundo, ni siquiera sé si me corresponde creer en lo que escucho y leo, o en estar percibiendo realmente. Ese día sucedieron muchas cosas. Sigo preguntándome si no fue una ilusión y la luz se fue mientras mi mirada se sumergía en polvo, si el hospital se quedó tan negro como lo vi entonces, si lo que hoy escribo está siendo escrito, y, en caso de que así sea, si tiene algo de verdad detrás... Y es que, desde que mi mente accedió a convertir en retales mi memoria, perdí la certeza en la verdad, la esperanza en las personas, el amor por una vida fuera de medir cuánto oxígeno necesito al respirar. Ese día dejé de sufrir y sentir con la luz, y me abracé más oscuro de los silencios. Ese día ambos nos hicimos añicos.
El corazón del cobarde
Spoiler:
A veces hay lugares a los que no debes dirigirte. Sueños a los que renuncias en cuanto rozan la palma de tu mano por ese escalofrío y ese miedo que despiertan. Quizá sea solo que a veces, las personas, tenemos miedo a luchar realmente por algo que valga la pena, tememos sufrir por lo que conseguimos o equivocarnos al desear. Hace tiempo que el mundo no cambia. Todos nos hemos acostumbrado a tener un color por filosofía, a pintar con gris nuestros pensamientos para que no nos resulten revolucionarios a nosotros mismos. Aceptamos lo que nos dan como si hubiese sido así desde siempre, frenamos el progreso antes siquiera de que comience a chisporrotear en nuestros corazones. A veces, cuando sientes pánico, cuando caminas solo en la oscuridad de tu mente y no encuentras nada, cuando sientes frío en el alma y congela cuanto eres, solo estás cubriendo tus pupilas con los brazos, sin darte cuenta, buscando con la misma inercia que mueve todo evitar lo que sería de otro modo necesario. Anoche yo mismo respiré el hielo y os cuento tan solo lo que me ha dicho escondido entre la soledad de mis sábanas de niebla, mientras llovía suavemente sobre el cristal de la ventana. No tenía voz pero sus gritos se clavaban en los nervios, aun sin mirarte hacía que no pudieses fijar la vista, se alimentaba de todo lo gélido que había en mi miedo. Temblaba. Me hacía llorar con los ojos secos porque era feliz en la maldad del odio y en el silencio de la ira más intensa. Buscaba el verde de mis esperanzas y el carmín de todas las pasiones para llevárselas y callar una boca más entre los millones de vocecillas que, aun sabiendo lo correcto, siguen caminando por sus propias calles de juguete incapaces de encontrar la coherencia en el hábito y las razones.
Tuve miedo por primera vez de estar viviendo en un mundo que podría haber sido mejor para mí, un mundo que todos podríamos haber encontrado de otro modo y que muchos no viven: sufren. Tuve miedo de solo ser un peón en el ajedrez de ajedreces y de que nadie fuese a interpretar mis palabras. Tuve miedo de la ausencia de claridad. De las imprecisiones. Tuve miedo de los que ignoran y de la vergüenza. Y de los que culpan. Y de mí mismo. Y aun preguntándome por el por qué de las cosas y por los tesoros que son las verdades y por lo que los importantes esconden y los insignificantes valoran, aun cuando yo sé y sé que muchos saben lo que no debemos saber, aun sin entender por qué nadie reacciona mientras yo me abstengo a hacerlo, aun entonces no podría decir si soñé con algo o ese algo soñó conmigo. Pero si es verdad que yo soñé o lo es que me han soñado, existe algo con todos los porqué de este mundo, algo que los esconde callando las gargantas cobardes de los que quieren saber y no saben, de los que saben anhelando ignorancia y de los que no saben y controlan. De los que dominan. De los que juegan al ajedrez mientras la vida se come todas las piezas talladas por destino y ceniza.
Olvido
Spoiler:
A veces resulta tan fácil no preguntarnos por los motivos que movieron en su día esas cosas que nos conforman que resulta un insulto a nuestra propia memoria. A veces la ignorancia nos consume hasta el punto en el que se hace nuestra amiga, hasta ese momento en el que dejamos de considerarla ignorancia para adoptarla como una parte inalterable de nosotros. Como si adquiriera nombre propio. Y aun con bautismo no es más que ignorancia. Hay muchos motivos por los cuales el día sigue a la noche. Existen razones que no alcanzamos a abarcar, que se esconden en cada matiz, en cada uno de los infinitos y etéreos pliegues del aire que respiramos. Entre todas esas cosas tenues que nos rodean como polvo de estrellas está la magia de los detalles. No los detalles de las cosas pequeñas, ni los secretos ocultos en lo que cuesta percibir. No es algo que vaya en los sentidos. No lo llevas dentro, ni lo educas, ni aparece para irse ni se va cuando aparece. No es una metáfora absurda de algodón de azúcar y volatilidad serena. Es una magia más especial, la que te rodea a cada instante, que te guarda la espalda y te acompaña siempre, esa que no se va, la que no depende del sol ni de la luna ni de las caprichosas estrellas. Es un conjuro de recuerdos y sal y café y no dormir pero sí levantarse. El de las sonrisas que se pintan sin querer y que se acaban deseando una vez esbozadas. Es la magia de la memoria, que es magia por la existencia del olvido. Son las noches de verano cargadas de chispas y energía, de fuegos artificiales, de películas, de una calidez que va más allá de lo humano, de sonrisas y de lágrimas, pero más de sonrisas. Es esa inercia que persigue como en una centrifugadora, la que intenta fundir los átomos de tu ser mediante el movimiento, pero que, aun teniendo poder para hacerlo, no puede destrozar el humo de esa física tan misántropa que intentamos solapar con una realidad que se nos escapa. Vive en todas las cosas bonitas, pero también en lo hermoso de aquellas que no lo son. Está en el chocolate y en esas personas a las que no les gusta, en las cosas frías y los placeres que no se consideran más que derechos cuando existen tantos incapaces de disfrutarlos. Es una magia de recuerdo, pero más de ignorancia, tanto en lo que elegimos deliberadamente no pensar y por lo tanto olvidamos fugazmente como en todo lo que no sabemos y nos afecta. Está en los iris de todas las personas con las que te has cruzado, te conozcan o no, hayas hablado con ellas o compartido simple silencio. Está en quienes saben que existes. En quienes se han olvidado de ti pero guardan recuerdos de tinta invisible. Está en todos y cada uno de los miembros de tu familia, si consideras tu familia la vida en el universo. Está en esas relaciones y lazos que llevan a una persona a la siguiente hasta la infinidad. Está en la magia como concepto en sí. Porque al fin y al cabo, nosotros inventamos la palabra y nosotros le damos magia con el uso. Es incoherencia sonora, de esa que vibra en tu mente como suplicándote tener sentido. Es una ventana al mundo desde la que se ve el fin que no existe. Eres tú, pero también lo soy, quizá más si es más lo que comprendo, quizá menos si me consideras una parte de ti. Quizá lo mismo si ignoramos por igual, no solo del otro, si no del todo que es la nada y que a la vez es parte de un todo que nunca conoceremos. Es dinámica y ciencia e hipnosis. Es leer a las seis de la madrugada. Es sentirse solo cuando todos duermen y tú no puedes, o cuando el pánico te suprime como una tenaza de acero candente. Es tener voz cuando no importa quién te escuche. Es el valor del cobarde, pero por encima de todo es el no saber qué es por no comprender la esencia de ser en sí.
Es su propia carencia de importancia, pues, llegues a conocer esa magia o no, caerás con ella en el olvido.
La sirena que suena cuando las sirenas cantan {Nuevo}
Spoiler:
Fuego, humo, gritos, terror, sangre, nubes. Algodón carmesí. Cielos de ceniza. Agarraba la mano de su madre como si ambos estuviesen a punto de arder. Quizá fuesen a hacerlo, aunque él no lo sabía. Él no pensaba en quién era, y era por eso que las sirenas, que cantaban a la muerte a lo largo de las calles desiertas, no lo sabían tampoco. Tras sus ojos caían relámpagos. Era una tormenta de desolación que se cernía sobre ese corazón del que nacen las lágrimas de espanto. Miró las calles una única vez, y se dio cuenta de que no estaban desiertas. De que no era un desierto lo que tenía delante. Era un mar. Un océano infinito donde cantaban las más hermosas sirenas, aquellas crueles por naturaleza, las que irremediablemente se nutren del deseo de las almas a las que hacen enloquecer. Pero aquel día las almas no contaban ya con posibilidad de perderse en la demencia. El mar de cadáveres sobre el que ambos se encontraban irradiaba más inocencia que locura, aunque ninguno de los dos lo vio al mirarlo. Su otro corazón, el de la lástima, se rompió en cien cascadas, que inundaron como un torrente de luz cian sus ojos azules. Miró a su madre un segundo, comprendiendo que la única esperanza que hacía latir su corazón era la de que aquello que había sucedido con su mundo evitase el horror de otros. Y entonces el niño fue sabio. Sabio como lo es un anciano que ha escogido los caminos correctos en la vida, sabio como un erudito ignorante o un filósofo de sentimientos que no existen. Levantó la cabeza para contemplar a su madre, pero también la miró sin ver. Ella lo observó con cristal vacío en los ojos. Fuego, humo, gritos, terror, sangre, nubes.
Henry Mawson {Nuevo}
Spoiler:
Las personas buscan algo especial en los protagonistas de sus historias. La mayor parte del tiempo no importa de qué se trate: puede esconderse en el más profundo de los recovecos de su moral, o en su esencia como piezas desencadenantes de una historia mayor, en algo con lo que puedan envolverse, en algo en lo que sumergirse, en algo que se sienta tan real como la suave fricción del aire al tomar aliento. Henry Mawson no era el protagonista de una historia, y, sin embargo, tenía una. Una historia tan importante como cualquiera de las historias jamás contadas, y, a pesar de ello, una historia que nadie conoce. Mucha gente afirma estar sola en el mundo. Muy pocos conocen la soledad realmente, aunque todos creen hacerlo. Algunos se aferran desesperadamente al abandono del que ellos mismos se rodean, como si toda su vida girase entorno a la idea de haber sido abandonados. Muchos otros creen con desesperación que el fracaso vital que los corroe tiene que deberse a la ausencia de las personas correctas a su alrededor, o a la absoluta ausencia de personas. Al frío del silencio. A la mudez de las paredes desnudas que corren a toda velocidad sobre los pasillos de la vida. Esas que no pueden llenarse con cuadros si no los pinta el corazón. Pero Henry entendía la verdad de una forma en la que no muchos son capaces de hacerlo. Él sabía que el único frío que puede quebrar los capilares de las personas no viene del abandono, ni del dolor, ni de la ausencia, si no del pánico inconsciente que invade al alma al encontrarse esta cara a cara consigo misma. Sin nada más. Con la única e ineludible compañía del total de su ser.
La casa tenía paredes grises, aunque según los ojos que las mirasen podrían haber resultado también blancas o negras. Había relojes cantando a coro un mar de suaves tic-tac, y mesitas aquí y allá con grandes relojes de arena, silenciosos como lo es el ruido enredándose en el interior de los oídos de un sordo. La sangre caía dentro del cristal gota a gota, con la densa paciencia propia de quien camina calmado en dirección a un precipicio sin fondo. Los relojes salpicaban bermellón en el interior de sí mismos de forma parsimoniosa, y precisamente de ese modo caminaba una figura sin rumbo por la ciudad de ladrillo que era la vivienda. Los pasillos desembocaban en más pasillos, ninguno de los cuales parecía querer encontrar un final. Se oían voces buscando una segunda voz con la que cantar, pero desaparecían al ser escuchadas. El silencio era tan solitario como la soledad estaba sola. Finalmente uno de los laberínticos pasillos pareció encontrar un final. No llevaba a una habitación, ni desembocaba en otro pasillo, ni presentaba una de las ventanas que cualquiera habría echado en falta en una construcción así. El pasillo terminaba en una única mesa, empotrada justo donde su discurrir tocaba fin. No había nada en las paredes, ni una mota de polvo en el suelo; solo un último reloj de arena dejando caer sangre gota a gota al ritmo en el que los segundos discurren. Junto a él yacía un pequeño libro con aspecto de diario, a punto de caerse, abierto de par en par, impoluto, recorrido renglón a renglón por una pulcra caligrafía rojo incandescente. Sus páginas parecían estar llenándose solas con algún tipo de tinta del carmesí de una inyección de solsticio. La silueta en sombras se detuvo frente a él, leyendo con detenimiento cómo su historia se escribía al ritmo acompasado que los relojes marcaban. Se percató de que había una delgada pluma azabache entre las páginas, y la cogió, despacio. Sabía que la vida de un reloj de arena tenía un fin tan definido como lo tienen las vidas humanas, y que pronto la tinta salpicaría el diario por última vez. Y fue por eso que no dudó al rasgar el papel.
En la vida no hay situaciones reversibles. A veces tienes la oportunidad de escribir lo contrario a lo que inicialmente habías decidido escribir, pero las páginas recuerdan cuáles fueron las palabras que las llenaron en primer lugar. El problema de las páginas, y de la vida, reside en que nadie disfruta de ninguna de las victorias que las llenan si nunca existió posibilidad alguna de que fuesen fracasos. Y la única forma de perder es que alguien recuerde. Que alguien sepa que, aunque ahora hayas escrito lo correcto, una vez te equivocaste, y que eso inunde de significado todas las cosas que supiste escribir bien sin segundas oportunidades. Henry Mawson no tenía nadie que recordase por él, y en su memoria todas las palabras eran incorrectas. Fue por eso que la tinta se terminó con su firma. Y después murió.
Última edición por Renaissance el 16/Jul/2014, 04:41, editado 9 veces en total
Me gusta mucho la forma en la que escribes, en como enlazas las palabras unas con otras, lo símiles y las metáforas que usas. También me gusta que no te conformes con elegir la palabra "común", si no que busques lo culto, dando elegancia al texto. Al leer cualquiera de estos relatos, sientes que no has perdido el tiempo, al igual que con un buen libro. Sigue. C:
Registrado: 30/Ene/2011, 16:37 Ubicación: Bandle City
Por lo general, tú ya sabes lo que pienso. Tienes un estilo que aún no logro comprender. Tus relatos van muy recargados en cuanto a detalles y aclaraciones, pero se vería incompleto cambiando una sola palabra. "Niebla" y "Silencio" son mis favoritos pero, "Escondidos"... Me hace pensar en los kodamas de las películas de Estudio Ghibli, los pequeños guardianes del bosque que no son visibles a los ojos de cualquier persona. Eso hace que me entre nostalgia, ay ;;
Spoiler:
Lo que más me gusta de todo es que te sale todo muy natural, sin que dé la sensación de haberte sido forzado a ti mismo de acabar los relatos. Tú ya sabes que soy tu fan incondicional Nº1 del universo (??) y que, aunque no comente mucho, te leo ;; Tengo que ponerme al día con "Canción Onírica", just saying Y bueno, estaré esperando tu próxima actualización ♥
Registrado: 28/Oct/2011, 15:27 Ubicación: Daybreak Town
¡Chapeau reuniendo todos estos relatos! Olvido me ha gustado mucho, en realidad, creo que me ha gustado más que Escondidos. Pero dejemoslo ahí que cada uno le gustará un relato distinto. Y si NekoCris es tu fan número 1, habrá que resignarse y ocupar docilmente el segundo puesto (?)
Me acabo de leer todos los relatos. Te juro que me he quedado sin palabras. Eres impresionante, te admiro. Ojalá en un futuro vea en la librería libros tuyos, los compraría sin pensármelo dos veces. Todo perfecto. Amo tu estilo y tu manera de escribir. Por favor, sigue♥.
Registrado: 23/Ago/2010, 12:19 Ubicación: No me dejan subir al 9 y 3/4
Vale, Olvido es osoooom.
Pero ya te lo comenté y mi favorita es Escondidos porque la relaciono con Latias xD, me parece muy bonito lo que transmite, o al menos lo que yo entiendo tras ella: estamos aquí velando por la belleza del mundo, pero nadie nos lo reconocerá, y no nos importa.
Debo volver a decir que Olvido es osoooom, me parecen mágico todo lo que haces, todas tus historias esta inclusive, tan mágico y brillante en ese sentido tan original que le das. Impecable.
No me las leí todas de momento, pero si una buena parte, pronto las leeré todas <3,
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- Vaya Hades, finalmente has venido, ¿qué tal por el Inframundo? - Pues... todo va bien, ya sabes, algo oscuro y lúgubre y como siempre... je, je, lleno de muertos, ¿qué le vamos a hacer?
Fuego, humo, gritos, terror, sangre, nubes. Algodón carmesí. Cielos de ceniza. Agarraba la mano de su madre como si ambos estuviesen a punto de arder. Quizá fuesen a hacerlo, aunque él no lo sabía. Él no pensaba en quién era, y era por eso que las sirenas, que cantaban a la muerte a lo largo de las calles desiertas, no lo sabían tampoco. Tras sus ojos caían relámpagos. Era una tormenta de desolación que se cernía sobre ese corazón del que nacen las lágrimas de espanto. Miró las calles una única vez, y se dio cuenta de que no estaban desiertas. De que no era un desierto lo que tenía delante. Era un mar. Un océano infinito donde cantaban las más hermosas sirenas, aquellas crueles por naturaleza, las que irremediablemente se nutren del deseo de las almas a las que hacen enloquecer. Pero aquel día las almas no contaban ya con posibilidad de perderse en la demencia. El mar de cadáveres sobre el que ambos se encontraban irradiaba más inocencia que locura, aunque ninguno de los dos lo vio al mirarlo. Su otro corazón, el de la lástima, se rompió en cien cascadas, que inundaron como un torrente de luz cian sus ojos azules. Miró a su madre un segundo, comprendiendo que la única esperanza que hacía latir su corazón era la de que aquello que había sucedido con su mundo evitase el horror de otros. Y entonces el niño fue sabio. Sabio como lo es un anciano que ha escogido los caminos correctos en la vida, sabio como un erudito ignorante o un filósofo de sentimientos que no existen. Levantó la cabeza para contemplar a su madre, pero también la miró sin ver. Ella lo observó con cristal vacío en los ojos. Fuego, humo, gritos, terror, sangre, nubes.
Las personas buscan algo especial en los protagonistas de sus historias. La mayor parte del tiempo no importa de qué se trate: puede esconderse en el más profundo de los recovecos de su moral, o en su esencia como piezas desencadenantes de una historia mayor, en algo con lo que puedan envolverse, en algo en lo que sumergirse, en algo que se sienta tan real como la suave fricción del aire al tomar aliento. Henry Mawson no era el protagonista de una historia, y, sin embargo, tenía una. Una historia tan importante como cualquiera de las historias jamás contadas, y, a pesar de ello, una historia que nadie conoce. Mucha gente afirma estar sola en el mundo. Muy pocos conocen la soledad realmente, aunque todos creen hacerlo. Algunos se aferran desesperadamente al abandono del que ellos mismos se rodean, como si toda su vida girase entorno a la idea de haber sido abandonados. Muchos otros creen con desesperación que el fracaso vital que los corroe tiene que deberse a la ausencia de las personas correctas a su alrededor, o a la absoluta ausencia de personas. Al frío del silencio. A la mudez de las paredes desnudas que corren a toda velocidad sobre los pasillos de la vida. Esas que no pueden llenarse con cuadros si no los pinta el corazón. Pero Henry entendía la verdad de una forma en la que no muchos son capaces de hacerlo. Él sabía que el único frío que puede quebrar los capilares de las personas no viene del abandono, ni del dolor, ni de la ausencia, si no del pánico inconsciente que invade al alma al encontrarse esta cara a cara consigo misma. Sin nada más. Con la única e ineludible compañía del total de su ser.
La casa tenía paredes grises, aunque según los ojos que las mirasen podrían haber resultado también blancas o negras. Había relojes cantando a coro un mar de suaves tic-tac, y mesitas aquí y allá con grandes relojes de arena, silenciosos como lo es el ruido enredándose en el interior de los oídos de un sordo. La sangre caía dentro del cristal gota a gota, con la densa paciencia propia de quien camina calmado en dirección a un precipicio sin fondo. Los relojes salpicaban bermellón en el interior de sí mismos de forma parsimoniosa, y precisamente de ese modo caminaba una figura sin rumbo por la ciudad de ladrillo que era la vivienda. Los pasillos desembocaban en más pasillos, ninguno de los cuales parecía querer encontrar un final. Se oían voces buscando una segunda voz con la que cantar, pero desaparecían al ser escuchadas. El silencio era tan solitario como la soledad estaba sola. Finalmente uno de los laberínticos pasillos pareció encontrar un final. No llevaba a una habitación, ni desembocaba en otro pasillo, ni presentaba una de las ventanas que cualquiera habría echado en falta en una construcción así. El pasillo terminaba en una única mesa, empotrada justo donde su discurrir tocaba fin. No había nada en las paredes, ni una mota de polvo en el suelo; solo un último reloj de arena dejando caer sangre gota a gota al ritmo en el que los segundos discurren. Junto a él yacía un pequeño libro con aspecto de diario, a punto de caerse, abierto de par en par, impoluto, recorrido renglón a renglón por una pulcra caligrafía rojo incandescente. Sus páginas parecían estar llenándose solas con algún tipo de tinta del carmesí de una inyección de solsticio. La silueta en sombras se detuvo frente a él, leyendo con detenimiento cómo su historia se escribía al ritmo acompasado que los relojes marcaban. Se percató de que había una delgada pluma azabache entre las páginas, y la cogió, despacio. Sabía que la vida de un reloj de arena tenía un fin tan definido como lo tienen las vidas humanas, y que pronto la tinta salpicaría el diario por última vez. Y fue por eso que no dudó al rasgar el papel.
En la vida no hay situaciones reversibles. A veces tienes la oportunidad de escribir lo contrario a lo que inicialmente habías decidido escribir, pero las páginas recuerdan cuáles fueron las palabras que las llenaron en primer lugar. El problema de las páginas, y de la vida, reside en que nadie disfruta de ninguna de las victorias que las llenan si nunca existió posibilidad alguna de que fuesen fracasos. Y la única forma de perder es que alguien recuerde. Que alguien sepa que, aunque ahora hayas escrito lo correcto, una vez te equivocaste, y que eso inunde de significado todas las cosas que supiste escribir bien sin segundas oportunidades. Henry Mawson no tenía nadie que recordase por él, y en su memoria todas las palabras eran incorrectas. Fue por eso que la tinta se terminó con su firma. Y después murió.
Acabo de leer Henry Mawson, y me ha parecido preciosa. La historia está narrada perfectamente, te hace meterte completamente en la historia, imaginarte por donde vas caminando, los pasillos, y la mesa con el reloj y el diario. También tiene una "moraleja" que una de las mejores partes de una historia, para mi un buen relato es el que te hace reflexionar, el plantearte algo significativo, y en este, como en otros muchos, lo has cumplido. Me arrepiento de no haberlo leído antes. Repito que es precioso. Un saludo. P.D. Lo leí con banda sonora: Old Friends - OST Transistor
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