¡Hola! Aquí dejo un cachito de mi historia, si os gusta dejadme un comentario para seguir publicándola por aquí. Saludito.

Completamente inquieta, no puedo evitar contar los minutos que quedan para volver a tenerle a cerca, a él. A la persona culpable de mis días más angustiosos y de mis sonrisas más sinceras. No de esa típica sonrisa, no, si no de “esa” sonrisa que refleja el alma en la mirada.

29 de dic, 20:26 – Paloma: Estoy nerviosa.

Mi sobrina observa expectante todos los detalles, cada vez que me retoco el delineador de ojos, los tirabuzones del flequillo, el perfume; cada vez que me observo detenidamente delante del espejo; cada vez que me enciendo un cigarro y dejo que se consuma en el cenicero porque estoy comprobando si llevo todo lo que creo necesario en mi Louis Vuitton. Con cada gesto me transmite la emoción que plasma su rostro, la confianza que tiene en mi, probablemente esté deseosa de vivir este tipo de experiencia agridulce que trae consigo el cumplir años. El tono de WhatsApp del teléfono nos hace dar un respingo:

29 de dic, 20:41 – Abel: Ya salgo.

29 de dic, 20: 46 – Paloma: Estoy nerviosa.

-¡Tati, tati, tati!

-Si… ya sale.

-

Ahí está, echando la ceniza del cigarro por la ventanilla, estacionado en el sitio de siempre con el coche del que me había hablado. Cierro los ojos por un instante, suspiro y me encamino sutilmente con mis nike running hacia la puerta de copiloto. Abre la puerta para permitir que me siente a su lado, a penas nos da tiempo a mirarnos cuando nos abalanzamos el uno sobre el otro, fundiéndonos en un abrazo con el que llevábamos divagando meses. Me besa con ternura la parte superior de la mejilla durante unos segundos y yo le respondo de la misma manera.

-Te has comprado el coche. -Río siendo consciente de que las palabras se han apoderado de mis labios diciendo lo más absurdo que tenía en mente.

-Claro, recién estrenado. Un mes tiene.

Y así, explicándome los atriutos de su enorgullecida adquisición, arranca encaminándonos hacia quién sabe dónde. Le observo atenta, escuchando paciéntemente los caballos con los que cuenta el motor y pensando en cuánto le echaba de menos.

Escribes muy bien, te felicito. Me gustaría que la siguieras, quiero leer más.

-¿No te apetece comer nada?
-Mmm... no. Quiero un trina de naranja, ahora solo bebo eso.
-... Cómo mira de arriba a abajo la gente, dan un buen repaso... -alega distraído.
-Eso es porque estamos muy buenos. -río poniendo los ojos en blanco.
-Será eso. -añade riendo.
Una camarera con el flequillo cardado y el pelo recojido en una minúscula cola de caballo con cara de pocos amigos se acerca a nuestra mesa sirviendo la coca-cola y el trina de naranja, confundiendo las bebidas.
-¿Me puedes traer una pajita, por favor? -la pido antes de que pueda marcharse.
Nos contamos nuestros logros, nuestros atrasos... algún detalle de nuestras vidas que se nos haya podido escapar en estos meses. Sigo su fluída conversación expectante, orgullosa de escuchar cómo se ha proyectado su vida desde que le conozco. Se enorgullece de su trabajo, de su rutina, de su vida... se enorgullece de él mismo.
-Lo has conseguido, has conseguido todo lo que te pedía, Abel...
-No lo habría conseguido sin ti. Tú fuiste quien estuvo ahí en mi peor momento tirando de mi con la esperanza de que saliese adelante. Ahora me toca a mi estar aquí. -agacho la mirada. Había olvidado que sus ojos lo dicen todo sin necesidad de utilizar argumentos, había olvidado que me quiere.
-¿Me vas a dar un beso?
-Dámelo tú.
-Te lo he pedido primero. -le desafío.
-No llego. -se excusa riendo.
-Bueno... voy al cuarto de baño. -contesto con un tono irónico de resignación.
-Pues... cuando te levantes para ir al servicio... me das un beso.
Finalmente cedo. Eso no ha cambiado, seguimos siendo los mismos testarudos de siempre que utilizan los retos y la ironía para salirse con la suya. Me levanto de mi asiento, me acerco a él tentándole y nos damos un beso fugaz que confirma cualquier duda.